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La sinodalidad como camino común del Pueblo de Dios

Mons. Cristián Roncagliolo P.

Año IV, Nº 69.

viernes 6 de mayo, 2022

"La sinodalidad, por tanto, no sigue una lógica política ni de contraposición entre quien es autoridad y el resto de los fieles, sino de colaboración donde todos los miembros del Pueblo de Dios aportan al discernimiento de la Iglesia".

La palabra ‘Sínodo’ ha adquirido renovada vigencia en el pontificado del Papa Francisco. Esta expresión, antigua y muy venerada por la Tradición de la Iglesia, toma su significado más específico desde los primeros siglos, indicando una asamblea convocada por la autoridad legítima. En los últimos decenios, ‘sínodo’ es asociado a las asambleas eclesiales convocadas, en diversos niveles, para discernir sobre cuestiones doctrinales, litúrgicas, canónicas y pastorales.

En la actualidad, se ha ampliado la significación de ‘sínodo’, desde un acto puntual –un sínodo– hacia un proceso vital o camino común –la sinodalidad–, en el que el ‘nosotros eclesial’ –el Pueblo de Dios– manifiesta su ser y su quehacer. Este ‘camino’ se concretiza mediante la escucha comunitaria de la Palabra, la celebración de la Eucaristía, la fraternidad de la comunión y la corresponsabilidad en la misión común de evangelizar. También la sinodalidad se expresa en la participación de los cristianos en la vida de la Iglesia. Así, en pocas palabras, podemos afirmar que la sinodalidad no es un evento circunstancial sino una forma natural de ser Iglesia.

Podemos afirmar que la sinodalidad no es un evento circunstancial sino una forma natural de ser Iglesia.

Un aspecto importante para encarnar la sinodalidad es la necesaria circularidad que debe existir entre el sentido de fe del Pueblo de Dios, con el que están marcados todos los fieles, y la autoridad de quien ejerce el ministerio pastoral de la unidad y del gobierno. La sinodalidad, por tanto, no sigue una lógica política ni de contraposición entre quien es autoridad y el resto de los fieles, sino de colaboración donde todos los miembros del Pueblo de Dios, desde su propia especificidad y a la luz de la fe, aportan al discernimiento de la Iglesia. Esta circularidad promueve la dignidad bautismal y la corresponsabilidad de todos, valoriza la presencia de los carismas infundidos por el Espíritu Santo en el Pueblo de Dios, reconoce el ministerio específico de los pastores en comunión colegial y jerárquica con el Obispo de Roma, garantizando que los procesos y los actos sinodales se desarrollen con fidelidad al depositum fidei y en actitud de escucha al Espíritu Santo para la renovación de la misión de la Iglesia.

Unido a esta circularidad, la sinodalidad exige ser plasmada tanto en las estructuras como en los procesos en los que la naturaleza de la Iglesia se expresa para que haga posible este ‘camino común’.

Otro aspecto relevante de la sinodalidad es que ella debe expresarse siempre en un dinamismo en ‘salida’, por cuanto la misión del Pueblo de Dios es servir evangelizando. Sin esa mirada, la Iglesia puede caer presa fácilmente de una suerte de autorreferencialidad (cf. EG 27) que la encierra en sus propias preocupaciones, en su ‘mundo’, haciéndola distante de la historia a la cual pertenece y ajena a los procesos vitales de la sociedad en la cual está inserta. Por ello, el objetivo de estos procesos participativos –los sínodos– “no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos” (EG 31) dialogando con la cultura y buscando ser fermento en medio del mundo.

Una oportunidad para que el Pueblo de Dios esté mejor situado en su contexto cultural, dialogante con las nuevas realidades.

En esta lógica, el actual proceso conducente a una asamblea sinodal tiene el desafío de ser un acontecimiento modélico que, siguiendo el método de la escucha y del discernimiento, reimpulse en la Iglesia un renovado dinamismo, suscitando un movimiento misionero y de servicio al mundo. La sinodalidad se vuelve así una oportunidad para que el Pueblo de Dios esté mejor situado en su contexto cultural, dialogante con las nuevas realidades, abierto a enriquecerse de la cultura en la que está inserto y humilde para entregar los dones del Evangelio que, sabemos, son una buena noticia para los hombres y mujeres de este tiempo.

¿Cómo podemos ayudar a que nuestra parroquia o comunidad cristiana sea más sinodal?

¿Qué pasos puedo dar para asumir en serio la corresponsabilidad en la vida y misión de la Iglesia?

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. (EG 1)

Mons. Cristián Roncagliolo P.
Obispo Auxiliar de Santiago

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