Otras reflexiones

Construyamos la paz

“Se ha normalizado una serie de situaciones en las que la violencia es el común denominador. La violencia en todas sus formas destruye la convivencia social, la democracia, atentando gravemente contra los derechos humanos y el bien común”.

Equilibrio Familiar: Una Mirada a la Corresponsabilidad

"Se levantó y tomó al niño y a su madre de noche y se marchó a Egipto" (Mateo 2,13).

Cristo nos abre el camino

“Si el Hijo de Dios asumió verdaderamente toda nuestra humanidad y vivió realmente en nuestras propias condiciones humanas —sin excepciones—, entonces la resurrección no es una “anomalía” en Jesús, sino la plena realización de la vocación de todo ser humano".

“Bendito es el fruto de tu vientre”, Lc 1,39-45.

“Cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: —Bendita tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”, Lc 1,39-45.

Nuestra historia en la Historia

Catalina Balmaceda E.

Año VI, N° 123

viernes 19 de abril, 2024

“La idea de que nuestra insignificante y poco original historia se pierda en un mar inmenso lleno de otras pequeñas historias personales de poco valor nos podría llevar a un cierto pesimismo o, al menos, a preguntarnos por el sentido de la existencia humana”.

Tantas veces nuestro día a día, con su rutina de deberes, trabajos y compromisos parece como si se nos viniera encima para aplastarnos… La realidad de nuestra vida personal puede parecer muy alejada de las grandes hazañas de personajes históricos que han triunfado en algún aspecto de la política, la ciencia o la cultura. Nuestra pequeña historia, en cambio, se compone de humildes esfuerzos diarios por lograr unas metas más o menos altas, como conseguir un incremento de salario que aumente el bienestar de los nuestros, alcanzar una determinada posición que nos otorgue mayor seguridad u obtener una pequeña mejora en las condiciones de la sociedad que ayude a algunos.

Nuestra pequeña historia, en cambio, se compone de humildes esfuerzos diarios por lograr unas metas más o menos altas.

Ya sea que trabajemos para algo que se perciba como grande y elevado, ya para algo que consideremos modesto y limitado, sabemos que, durante nuestro camino en la Tierra, el hilo de nuestra historia personal tejerá al final el tapiz de nuestra vida uniendo todo lo que hemos recibido –positivo o negativo– junto con todas las elecciones que hemos tomado –buenas o malas– con sus experiencias, triunfos y derrotas. Mientras transitamos por personales momentos de luz y oscuridad, nuestra pequeña historia se va volviendo así única e irrepetible, aunque a la vez somos conscientes de que la compartimos con todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. La idea de que nuestra insignificante y poco original historia se pierda en un mar inmenso lleno de otras pequeñas historias personales de poco valor nos podría llevar a un cierto pesimismo o, al menos, a preguntarnos por el sentido de la existencia humana.

Pero la pregunta por el sentido de la vida tiene para los cristianos una respuesta muy concreta. Solo cuando somos capaces de leer nuestra historia personal –con sus luchas, desafíos y dificultades; con sus éxitos y fracasos– dentro de una narrativa más amplia, y la insertamos dentro del designio de Dios en su historia de la salvación, podemos aproximarnos a ese sentido y significado profundo de nuestras vidas que buscamos. “El Espíritu de Dios no sólo revela el sentido de la historia, sino que también da fuerza para colaborar en el proyecto divino que se realiza en ella. A la luz del Padre, del Hijo y del Espíritu, la historia deja de ser una sucesión de acontecimientos que se disuelven en el abismo de la muerte; se transforma en un terreno fecundado por la semilla de la eternidad” (San Juan Pablo II, 9 de febrero de 2000).

Jesucristo sigue vinculando la eternidad divina con nuestra frágil mortalidad de una manera misteriosa, pero real.

Nuestra pequeña historia se puede volver a ratos indescifrable, incomprensible o tal vez no podamos leerla sin dolor. Cuando esto pasa, siempre podemos volvernos al único que puede revelar su contenido verdadero, liberarla del absurdo y devolverle su propósito. Jesucristo, el Hijo del Padre, que irrumpió en nuestro tiempo, nuestro espacio y nuestra humanidad, sigue vinculando la eternidad divina con nuestra frágil mortalidad de una manera misteriosa, pero real. Sólo Él, Rey y Señor de la Historia, puede enseñarnos las lecciones de nuestra propia vida, y su victoria sobre la muerte anuncia y garantiza también la nuestra. Contarle a Él nuestra historia, pedirle que nos la explique, nunca es inútil. Aunque después de hacerlo los acontecimientos permanezcan inalterados y parezca que nada cambia, la perspectiva y la mirada lo habrán cambiado todo.

Mi pequeña historia se salva de la trivialidad y del vacío cuando comprendo que forma parte de esa gran Historia cuyo principio, centro y final está unida a esa presencia divina discreta y eficaz que no se distrae ni se olvida de nadie, nunca. ¿Vivo mi vida cotidiana convencido de que todo lo que hago, hasta lo más corriente, puede tener un sentido trascendente si me uno a ese plan divino que se concreta en la Historia? Y cuando llegan los momentos de dificultad, ¿me apoyo en la certeza de que Dios no se ha olvidado de mí, sino que, por el contrario, le importa mi vida más que a mí mismo?

“… A Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas. Después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia divina”.

Papa Francisco, audiencia del 24 enero de 2020.

 

Catalina Balmaceda E.
Profesora de la Facultad de Historia UC

Comparte esta reflexión