En octubre de 2020, el papa Francisco expresó: «Hoy, es especialmente necesario ampliar los espacios con presencia relevante femenina en la Iglesia. Y con presencia laical, se entiende, pero subrayando lo femenino porque las mujeres suelen ser dejadas de lado. Hemos de promover la integración de las mujeres en los lugares donde se toman las decisiones importantes» (Video del Papa). Tal diagnóstico e intención exige reflexionar sobre la relación entre mujer e Iglesia. ¿Quién es la mujer, en qué Iglesia, en qué lugares de decisiones importantes?
Las mujeres, esa parte de la humanidad cuyos temores y esperanzas no pueden obviarse sin dejar de escuchar al conjunto. Seres humanos con dignidad de fines en sí mismas, de hijas de Dios, cuya presencia histórica ha sido fecunda, pero no exenta de dolor, marginación e invisibilización.
La mujer no es sólo mujer, sino una persona individual y puede desplegarse en infinitos aportes venideros
La Iglesia de Jesucristo, Señor de novedades, que se fijó en ellas, las miró y les sonrió, las escuchó y les habló, se compadeció de sus dolores y fragilidades, las sanó y se dejó acompañar por ellas en su misión evangelizadora, acogió su servicio agradecido, las hizo apóstoles y las llamó amigas. La Iglesia puesta en la historia como un sacramento del amor de Dios, de la unión fraterna de todos y todas y de la apertura ilimitada de la salvación a todos los pueblos y épocas (LG 1; 16). Nuestra Iglesia de hoy, inmersa en un devenir histórico con luces y problematicidades, heridas y signos de esperanza.
¿Cuáles son los lugares de las decisiones importantes? Aquellos en que se juega la vida de cada persona, su defensa y desarrollo, su cuidado y respeto para que alcance plenitud: familia, escuela, universidad, política, ciencia, arte, fe, trabajo. En todo ámbito, pequeño o grande, se toman decisiones importantes y allí ha de estar la voz de las mujeres, si no se quiere empobrecer lo humano.
La persona de María señala el camino para una Iglesia con rostro de mujer
¿Hay un don propio de la mujer? Es debatido. Para responder, habría que situarse en el último minuto de la historia y mirar atrás, porque la mujer no es sólo mujer, sino una persona individual y puede desplegarse en infinitos aportes venideros. Si miramos lo que han sido las mujeres en la Iglesia -Hildegarda, Clara, Catalina, Teresa, Laura, Gianna, Edith y muchas otras-, podemos pensar en: palabra profética, alegre fraternidad, trabajo por la paz, decisión y fortaleza, oración y unión mística, servicio al que sufre, maternidad y profesión, profundidad de pensamiento. Pero también estás tú que lees y yo y tantas otras mujeres anónimas, dentro de la Iglesia o más allá. Y los rostros de mujeres sufrientes que nos duelen hoy (Aparecida, 407): las que viven en las calles, migrantes, enfermas, adicto dependientes, detenidas en cárceles, las que sufren violencia o han muerto por ello, las que no pueden estudiar o encontrar un trabajo digno, las excluidas o descartadas. Y las que han luchado por el derecho a voto, trabajo digno, no violencia; han levantado ollas comunes en tiempos de indigencia para «defensa y cuidado de la fragilidad de sus familias» (EG, 212); las que han contribuido a las obras del espíritu con su talento científico, pedagógico, artístico y las que han levantado nuevas miradas epistémicas a los problemas humanos, desde la voz y situación de la mujer.
«Ninguna mujer es solamente «mujer», pues cada una tiene su peculiaridad individual y su disposición lo mismo que el hombre y, desde esa disposición, la capacidad para esta o la otra actividad profesional de carácter artístico, científico, técnico, etc.» (Edith Stein)
Proponemos algunos matices como contribución a la Iglesia y sociedad, pero que no deben ser interpretados como rasgos exclusivamente de la mujer ni los únicos posibles en ella. Junto a Edith Stein, vemos en la mujer una capacidad especial para captar a las personas y su situación, su contexto interno y externo, el todo vital que cada uno, cada una es; igualmente, la capacidad de unir los conocimientos científicos en un todo de sentido. Sobre todo, contemplemos a María, Madre de Dios y Madre nuestra, figura de la mujer y de la Iglesia, en cuyos comienzos está presente con espíritu orante. La persona de María señala el camino para una Iglesia con rostro de mujer: la acogida de la Palabra divina en sencilla y pronta disposición colaboradora; la meditación permanente del misterio; el espíritu fuerte y compasivo que se moviliza y responsabiliza por el cuidado del otro concreto, especialmente vulnerable; portadora de relacionalidad, del trascender de sí al otro, de alteridad, de una verdad: somos relacionales, el otro nos constituye, estamos ligados en una profunda comunidad de destino interhumana y en medio de la casa común; custodia de la vida y portadora de empatía, diálogo, no olvido del rostro del otro; entrañas de incondicional misericordia allí donde la vida se ha visto fracturada.
La dignidad de la mujer se dice, pero no se vive cabalmente. En nuestro momento como país que anhela fraternidad y equidad o como Iglesia que clama reparación, preguntémonos con decisión transformadora: ¿qué mujeres padecen tratos injustos y qué puedo hacer? ¿Nuestras decisiones eclesiales integran la voz de las mujeres? En distintos espacios, ¿ponemos en práctica que las mujeres tienen la misma dignidad y derechos que los varones? Pensemos en las mujeres que somos o conocemos, enviémosle un pensamiento de amor, paz, comprensión y gratitud; comprometámonos más en su promoción y enconmendémoslas a la mujer Madre, María, de quien nació nuestro Señor y Salvador.