Cada mañana, el entrañable amor de Dios se nos hace visible en aquellos primeros rayos de luz que entibian el amanecer. Algunas aves ya están cantando con embriagador entusiasmo dando la bienvenida a un nuevo día, pero antes fueron los grillos quienes acompañaron nuestro sueño bajo un mar de coloridas estrellas…
Así como el Espíritu da un especial talento a los artistas, también da a cada uno la capacidad de percibir, sentir con el corazón y pensar en aquello que la obra muestra.
Si bien en las escrituras sagradas no se habla del arte en el sentido de cómo lo entendemos hoy, sí podemos reconocer manifestaciones que apuntan a comprender su relevancia en el plan divino.
El papa Juan Pablo II, también en su Carta dirigida a los Artistas, decía: “Ante la sacralidad de la vida y del ser humano, ante las maravillas del universo, la única actitud apropiada es el asombro”. A lo que agrega luego: “No todos están llamados a ser artistas en el sentido específico de la palabra. Sin embargo, según la expresión del Génesis, a cada hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida; en cierto modo, debe hacer de ella una obra de arte, una obra maestra”.
Si bien en las escrituras sagradas no se habla del arte en el sentido de cómo lo entendemos hoy, sí podemos reconocer manifestaciones que apuntan a comprender su relevancia en el plan divino. Junto a los hermosos relatos de la creación en el libro del Génesis, recordamos también el admirable Cantar de los Cantares del rey Salomón y las maravillosas parábolas que el mismo Jesús creó para comunicar su mensaje directo al corazón. Por otra parte, en el hecho mismo del misterio de la Encarnación, Dios se hace presente en la historia humana como imagen que, por lo mismo, fue posible de ser visto, oído, sentido… ¡qué gran regalo!. Quienes vivieron esos días con Él fueron afortunados, pero eso no significa que no podamos verlo. El desafío es buscarlo no solo con los ojos, sino también con los ojos del corazón. Asimismo, en la Eucaristía se nos ofrece como pan y vino, cuerpo y sangre que nos alimenta y da el impulso para ser dignos testigos de su presencia.
Contemplación. Es necesario dar tiempo a la experiencia perceptual, acceder espiritualmente al misterio de la creación y al sentido de nuestra existencia que no es otra sino dejarnos abrazar por luz eterna de Dios.
¿En qué medida dispongo de mis sentidos, mi cuerpo, mi alma para ver la acción y presencia del Espíritu Creador en el mundo de hoy? ¿Cuido de tener los ojos y el corazón atentos a reconocer los ojos de Jesús entre quienes me rodean? ¿Cuán conciente y dispuesto estoy de disponerme como cocreador que colabora con amor y esperanza a continuar la creación de Dios?