En el mundo católico, la celebración de la misa dominical tiene un valor espiritual y comunitario significativo, ya que para los fieles representa la conmemoración del sacrificio de Jesucristo en la cruz y la renovación de la alianza entre Dios y su pueblo.
Además, la liturgia -ha señalado el Papa Francisco- es encuentro con Cristo mismo, por lo que no basta con ser sólo «escuchada», sino debe ser «celebrada», tanto por el sacerdote que la preside como por todos los cristianos que la viven.
Sin embargo, en áreas remotas muchas veces se presenta la problemática de que no existen sacerdotes disponibles permanentemente, haciendo de la celebración de la misa una actividad desafiante, pero no por eso menos importante.
Es una situación que podríamos esperar en el Amazonas o en algunas partes de África, pero que también se presenta en nuestro país. En Chile tenemos, por ejemplo, la zona altoandina en el Norte Grande -por mencionar el área en que desarrollamos nuestras actividades como Universidad-, donde la iglesia ha estado presente desde 1540, con la llegada del imperio español al territorio que hoy comprende Chile.
Frente a esta situación, la Conferencia Episcopal ha señalado que “en nuestros días, en muchas regiones cada una de las parroquias no puede gozar de la celebración de la Eucaristía todos los domingos, por haber disminuido el número de sacerdotes. Además por circunstancias sociales y económicas, algunas parroquias se han despoblado. Por ello a muchos presbíteros se les ha encomendado celebrar varias veces la misa del domingo en varias iglesias distantes entre sí. Pero esta práctica no parece siempre oportuna, ni para las parroquias privadas de pastor propio, ni para los mismos sacerdotes”.
Por esto, en algunas iglesias particulares los obispos han considerado necesario establecer otras celebraciones dominicales cuando falta el presbítero, a fin de que pudiera realizarse del mejor modo posible la asamblea semanal de los cristianos, así como asegurarse la tradición cristiana del domingo.
Señalan que cuando en algunos lugares no es posible celebrar la misa el domingo, en primer lugar se debe considerar si los fieles pueden trasladarse a la iglesia de un lugar más cercano para participar de la celebración del misterio eucarístico. También, que es de desear que, aunque sin la misa, el domingo se ofrezcan a los fieles reunidos de diversos modos las riquezas de la Sagrada Escritura y de la oración de la Iglesia, para que no sean privados de las lecturas que se proclaman en el curso del año durante la misa, ni de las oraciones de los tiempos litúrgicos.
Además, se han determinado las diferentes responsabilidades y actuaciones de presbíteros, diáconos y laicos para comentar la palabra y dar la comunión, según cada caso en particular, siempre manteniéndose la preeminencia de la celebración eucarística sobre todas las demás actividades pastorales, especialmente en domingo.
Asimismo, se manejan otras alternativas para casos extremos, como realizar la misa por internet o que los fieles puedan escucharla a través de la radio.
“Todos los cristianos deben tener la convicción de no poder vivir la propia fe, ni participar, en el modo propio de cada uno, en la misión universal de la Iglesia, sin nutrirse con el pan eucarístico. Igualmente deben estar convencidos de que la asamblea dominical es para el mundo signo del misterio de comunión, que es la Eucaristía”, remarcaba el Papa Juan Pablo II a un grupo de obispos de Francia en mayo de 1987.
Por lo tanto, independiente de la existencia de alternativas acordes a lo que ocurra en cada comunidad, nunca debe dejarse de apreciar la importancia de la asamblea dominical, ya como fuente de la vida cristiana del individuo o de las comunidades, ya como testimonio de la voluntad de Dios, al reunir a todos los hombres en Su Hijo Jesucristo.
La importancia de procurar la misa dominical en lugares que no cuenten con la presencia permanente de un sacerdote nos debe llevar a la búsqueda de alternativas que procuren satisfacer las necesidades de los fieles que allí habitan, ya que surgen interrogantes como ¿hasta dónde las nuevas tecnologías de las telecomunicaciones son adecuadas para estos casos?, ¿cuáles son los efectos de estas carencias para las comunidades afectadas y para la Iglesia?, ¿cómo pueden ayudar los laicos ante este escenario? y ¿qué extensión alcanza este mismo fenómeno en las áreas periféricas de las grandes ciudades?