Otras reflexiones

Hacinamiento carcelario y Evangelio de Jesucristo

“En el corazón de la vida eclesial ha estado siempre la preocupación por hombres y mujeres que, habiendo cometido un delito, han sido condenados a cumplir una condena privativa de libertad. La razón de esta preocupación está en que para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros”.

Católicos en tiempos de polarización

“Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica”. Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.

Discernimiento e inteligencia artificial

La IA es una máquina (cada vez más compleja, ciertamente) que realiza acciones que llamamos “inteligentes”, pues se trata de acciones que si fueran hechas por humanos recibirían tal calificativo. Sin embargo, como toda obra humana, también la IA exige un discernimiento moral de sus usos beneficiosos y de sus riesgos para la persona humana y la sociedad en general.

Saber vivir el tiempo restante

“La acumulación de conocimientos sin mesura y el ritmo frenético de trabajo no son en absoluto conducentes al buen vivir. La conciencia del límite, de nuestra finitud en esta vida, punto en el que convergen tanto la sabiduría griega como la de las Sagradas Escrituras, nos impone la tarea de asumir el tiempo con la calma y mansedumbre que el sabio demuestra en su acción” (cf. Sant 3,13).

Semana Santa: hacia la madurez de la Pascua

Mons. Carlos Godoy Labraña

Año V, N° 93

viernes 7 de abril, 2023

“Encontré una frase en una sencilla motivación cuaresmal. Nunca había caído en la cuenta de esto: el camino cuaresmal, de algún modo, ya es Pascua”.

La cuaresma va madurando en su trayecto hasta encontrar su plenitud en la Pascua. Dicha madurez es representación de la vida humana y una constante posibilidad para el hombre y la mujer de caminar orientados hacia su propia Pascua.

En la Cuaresma, el Espíritu Santo ha ido preparando el corazón del creyente a la vivencia pascual de forma sencilla, diáfana, respetuosa y profunda. Al modo del sembrador, que espera con paciencia y ternura la muerte y el brote de la semilla, la madurez requiere paciencia respetuosa.

Nunca quiso el sufrimiento ni para él, ni para ninguna persona. Dedicó su vida a sanar a los enfermos, liberar a los posesos, ofrecer dignidad a los pobres y marginados, anunciar un tiempo de gracia y reconciliación.

El itinerario cuaresmal nos ha dispuesto el corazón para la celebración de la Semana Santa, cuyo centro es el Triduo Pascual, los tres días en que conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. El Triduo comienza con la Cena del Señor del Jueves Santo, donde destaca el signo del lavado de los pies. Le sigue el Viernes Santo, con la celebración de la Pasión del Señor, escuchamos el relato de la Pasión según san Juan, la Iglesia ora por las necesidades de la humanidad y adoramos la cruz del Señor, máximo signo de su amor y fuente de nuestra salvación.

El Sábado Santo, día de reposo y de esperanza. Al anochecer celebramos la gran Vigilia Pascual, dando paso al Domingo de Resurrección. Los tres días santos representan un único día de Pascua. A ella se ha orientado la Cuaresma, a ella se orienta toda la vida del cristiano y de la Iglesia.

El Jueves Santo es un día entrañable para el pueblo cristiano. Es el día en que Cristo, en su cena de despedida, nos deja el memorial de su amor: la Eucaristía. Recordamos la gran lección de humildad en el gesto de lavar los pies a sus discípulos, a los cuales hizo sacerdotes al servicio del pueblo de Dios. En efecto, en la mañana de ese mismo día (o la tarde del día anterior) en todas las catedrales del mundo se ha celebrado la misa Crismal, en la cual el obispo rodeado de los sacerdotes de su diócesis, su presbiterio, junto al pueblo fiel, consagra el Santo Crisma y bendice los demás óleos, que luego serán materia de varios sacramentos.

Preguntarnos ¿de qué modo la muerte y resurrección de Jesús tocan mi corazón? ¿A qué me impulsa el amor victorioso del Señor resucitado? ¿Cómo esta Pascua nos fortalece para hacer mías las opciones de Jesús?

El Viernes Santo rememoramos la pasión y muerte del Señor. Resulta estremecedor escuchar el relato de los últimos momentos de la vida de Jesús. Su desenlace es violento y lleno de sufrimiento. El que había luchado para mitigar el llanto y el dolor, hoy se ve consumido en un cáliz de amargura. Nunca quiso el sufrimiento ni para él, ni para ninguna persona. Dedicó su vida a sanar a los enfermos, liberar a los posesos, ofrecer dignidad a los pobres y marginados, anunciar un tiempo de gracia y reconciliación. Jesús acepta el dolor y la muerte por nuestra salvación, en sus heridas queda curada la humanidad sufriente como profetizó Isaías. Todo se entiende finalmente con la resurrección porque en la Pascua de Jesús “la oscuridad y la muerte no tienen la última palabra” (Papa Francisco, Vigilia Pascual 2020).

El Sábado Santo es un día de reposo, es como si todo el cosmos, sumido en un silencio profundo, aguardara la fuerza de la resurrección. En ella queda redimido el tiempo y el espacio siendo habitados por el infinito amor de Dios. La Vigilia Pascual, con el cirio encendido y el canto del pregón pascual, rompen la oscuridad de la noche. El sol que nace de lo alto abre el nuevo día donde cielo y tierra se gozan con el triunfo del resucitado.

Queridos hermanos y queridas hermanas: vivamos intensamente estos días santos. Sintonicemos plenamente con el espíritu de estos días que nos mueven, sobre todo, a reconocer la representación del camino hacia la Pascua definitiva de la mano del resucitado porque a la luz de estos misterios que celebramos podemos preguntarnos ¿de qué modo la muerte y resurrección de Jesús tocan mi corazón? ¿A qué me impulsa el amor victorioso del Señor resucitado? ¿Cómo esta Pascua nos fortalece para hacer mías las opciones de Jesús?

“El sepulcro es el lugar donde quien entra no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada, tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba,
puede remover las piedras que sellan el corazón”.

(Papa Francisco, Vigilia Pascual en la Noche Santa, 11 de abril de 2020)

Mons. Carlos Godoy Labraña
Obispo Auxiliar de Santiago y Vicario Pastoral

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