Otras reflexiones

Cristo nos abre el camino

“Si el Hijo de Dios asumió verdaderamente toda nuestra humanidad y vivió realmente en nuestras propias condiciones humanas —sin excepciones—, entonces la resurrección no es una “anomalía” en Jesús, sino la plena realización de la vocación de todo ser humano".

“Bendito es el fruto de tu vientre”, Lc 1,39-45.

“Cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: —Bendita tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”, Lc 1,39-45.

La narcocultura, una problemática que compete a la Iglesia

“La cultura narco proyecta que el consumo y tráfico de drogas, el uso de las armas y la violencia tienen como resultado un mayor estatus social, una vida de lujos e incluso mayor éxito sexual, pero sabemos que el verdadero efecto de esta propuesta es una cultura de la muerte que trafica con las vidas de nuestros jóvenes, truncando sus vidas, desatando la violencia y destruyendo sus familias”.

El rol de la mujer en la renovación de la sociedad

“Varón y mujer son iguales ante Dios, son personas, seres racionales creados a Su semejanza. Aún mas, varón y mujer son una unidad indisoluble y complementaria, no se entiende uno sin el otro”.

Solidaridad para Chile

Pbro. Fernando Valdivieso

Año II, Nº 27.

viernes 25 de septiembre, 2020

"En verdad, en verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron. (Mt 25, 40)"

La enseñanza del Maestro ha interpelado el corazón de sus discípulos a lo largo de la historia, impulsándolos a ensanchar el horizonte de su corazón. Así lo fue para Madre Teresa, quien lo descubrió en los sufrientes de Calcuta: «Veo a Dios en cada ser humano. Cuando lavo las heridas de un leproso, siento que estoy cuidando al Señor mismo”. De la misma manera, San Alberto Hurtado reconoció a Cristo en el pobre para quien quiso construir un hogar. De esta manera el cristiano se siente impulsado a la solidaridad, se sabe responsable de su hermano en quien reconoce a su Señor. Saberse responsable es lo propio de la solidaridad, definida así por San Juan Pablo II: “Es, en primer lugar, que todos se sientan responsables de todos” (Sollicitudo Rei Socialis, 38).

El discípulo de Jesús aúna sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, que se reconocen responsables unos de otros.

En este sentido el discípulo de Jesús aúna sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, que se reconocen responsables unos de otros. Nos reconocemos juntos: unidos en una causa común. Nos encontramos así, puestos uno al lado del otro, haciéndonos fuertes en la medida en que estamos unidos. Desde nuestras diferencias, buscamos el bien común con un diálogo sincero, a veces arduo, renunciando a la ideología de la violencia.

En esa trama el cristiano se siente en su lugar porque sabe que ha sido su Señor el primero en dar el paso de aunarse con la humanidad. En efecto, la Encarnación (la venida de Dios al mundo, cuando la Palabra se hace carne en Jesucristo) es el gesto por antonomasia de solidaridad, si consideramos que aquel que es Dios desde siempre, se hace hermano “hasta la muerte de cruz” (Fil 2,8).

Por eso la solidaridad se constituye en uno de los cinco grandes principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Entendida como “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 193), ella es presentada como base para la construcción de la sociedad. Esto quiere decir que la solidaridad no se agota en el imperativo personal por el hermano necesitado, sino que se extiende también a un nivel estructural con el cual debe configurarse la sociedad. Chile tiene que ser solidario: sus instituciones y su sistema económico no pueden dejar de lado la solidaridad como un principio de ordenamiento.

La solidaridad no se agota en el imperativo personal por el hermano necesitado, sino que se extiende también a un nivel estructural con el cual debe configurarse la sociedad.

Identificados estos dos planos, el de la solidaridad estructural y la solidaridad personal, podemos preguntarnos ¿qué relación se da entre ellos? La respuesta es clara: uno y otro se necesitan y se retroalimentan. No se puede ser solidario en el plano personal sin comprometerse con la solidaridad estructural, ni se puede querer transformar las grandes estructuras sociales sin convertirse personalmente al otro. Por eso, un buen indicador de la madurez en la solidaridad de una persona – y de una nación – es la armonía y retroalimentación de esos dos niveles. San Alberto Hurtado es un ejemplo de esta retroalimentación: el reclamo por la transformación de las estructuras sociales en Chile nace de su reconocimiento en el pobre de “su patroncito”, de Cristo.

Somos protagonistas de un momento crucial de la historia de Chile. En estos tiempos de crisis social, sanitaria y económica se están poniendo las bases de lo que seguramente será un cambio de época. Animados por el Evangelio y convocando a creyentes y no creyentes, los discípulos de Jesús quisiéramos comprometernos con la construcción de un Chile post-pandemia fundamentado en el principio de la solidaridad. Lo que nos lleva a reflexionar, ¿Qué realidades estructurales en Chile hoy reprueban el examen de la solidaridad? ¿Quiénes entre mis prójimos son presencia de Jesús pidiendo ser reconocido como hermano?

La cumbre insuperable de la [solidaridad] es la vida de Jesús de Nazaret, el Hombre nuevo, solidario con la humanidad hasta la «muerte de cruz» (Flp 2,8): en Él es posible reconocer el signo viviente del amor inconmensurable y trascendente del Dios con nosotros, que se hace cargo de las enfermedades de su pueblo, camina con él, lo salva y lo constituye en la unidad

(Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 196)

Pbro. Fernando Valdivieso
Capellán General de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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