Otras reflexiones

Hacinamiento carcelario y Evangelio de Jesucristo

“En el corazón de la vida eclesial ha estado siempre la preocupación por hombres y mujeres que, habiendo cometido un delito, han sido condenados a cumplir una condena privativa de libertad. La razón de esta preocupación está en que para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros”.

Católicos en tiempos de polarización

“Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica”. Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.

Discernimiento e inteligencia artificial

La IA es una máquina (cada vez más compleja, ciertamente) que realiza acciones que llamamos “inteligentes”, pues se trata de acciones que si fueran hechas por humanos recibirían tal calificativo. Sin embargo, como toda obra humana, también la IA exige un discernimiento moral de sus usos beneficiosos y de sus riesgos para la persona humana y la sociedad en general.

Saber vivir el tiempo restante

“La acumulación de conocimientos sin mesura y el ritmo frenético de trabajo no son en absoluto conducentes al buen vivir. La conciencia del límite, de nuestra finitud en esta vida, punto en el que convergen tanto la sabiduría griega como la de las Sagradas Escrituras, nos impone la tarea de asumir el tiempo con la calma y mansedumbre que el sabio demuestra en su acción” (cf. Sant 3,13).

Solidaridad para Chile

Pbro. Fernando Valdivieso

Año II, Nº 27.

viernes 25 de septiembre, 2020

"En verdad, en verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron. (Mt 25, 40)"

La enseñanza del Maestro ha interpelado el corazón de sus discípulos a lo largo de la historia, impulsándolos a ensanchar el horizonte de su corazón. Así lo fue para Madre Teresa, quien lo descubrió en los sufrientes de Calcuta: «Veo a Dios en cada ser humano. Cuando lavo las heridas de un leproso, siento que estoy cuidando al Señor mismo”. De la misma manera, San Alberto Hurtado reconoció a Cristo en el pobre para quien quiso construir un hogar. De esta manera el cristiano se siente impulsado a la solidaridad, se sabe responsable de su hermano en quien reconoce a su Señor. Saberse responsable es lo propio de la solidaridad, definida así por San Juan Pablo II: “Es, en primer lugar, que todos se sientan responsables de todos” (Sollicitudo Rei Socialis, 38).

El discípulo de Jesús aúna sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, que se reconocen responsables unos de otros.

En este sentido el discípulo de Jesús aúna sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, que se reconocen responsables unos de otros. Nos reconocemos juntos: unidos en una causa común. Nos encontramos así, puestos uno al lado del otro, haciéndonos fuertes en la medida en que estamos unidos. Desde nuestras diferencias, buscamos el bien común con un diálogo sincero, a veces arduo, renunciando a la ideología de la violencia.

En esa trama el cristiano se siente en su lugar porque sabe que ha sido su Señor el primero en dar el paso de aunarse con la humanidad. En efecto, la Encarnación (la venida de Dios al mundo, cuando la Palabra se hace carne en Jesucristo) es el gesto por antonomasia de solidaridad, si consideramos que aquel que es Dios desde siempre, se hace hermano “hasta la muerte de cruz” (Fil 2,8).

Por eso la solidaridad se constituye en uno de los cinco grandes principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Entendida como “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 193), ella es presentada como base para la construcción de la sociedad. Esto quiere decir que la solidaridad no se agota en el imperativo personal por el hermano necesitado, sino que se extiende también a un nivel estructural con el cual debe configurarse la sociedad. Chile tiene que ser solidario: sus instituciones y su sistema económico no pueden dejar de lado la solidaridad como un principio de ordenamiento.

La solidaridad no se agota en el imperativo personal por el hermano necesitado, sino que se extiende también a un nivel estructural con el cual debe configurarse la sociedad.

Identificados estos dos planos, el de la solidaridad estructural y la solidaridad personal, podemos preguntarnos ¿qué relación se da entre ellos? La respuesta es clara: uno y otro se necesitan y se retroalimentan. No se puede ser solidario en el plano personal sin comprometerse con la solidaridad estructural, ni se puede querer transformar las grandes estructuras sociales sin convertirse personalmente al otro. Por eso, un buen indicador de la madurez en la solidaridad de una persona – y de una nación – es la armonía y retroalimentación de esos dos niveles. San Alberto Hurtado es un ejemplo de esta retroalimentación: el reclamo por la transformación de las estructuras sociales en Chile nace de su reconocimiento en el pobre de “su patroncito”, de Cristo.

Somos protagonistas de un momento crucial de la historia de Chile. En estos tiempos de crisis social, sanitaria y económica se están poniendo las bases de lo que seguramente será un cambio de época. Animados por el Evangelio y convocando a creyentes y no creyentes, los discípulos de Jesús quisiéramos comprometernos con la construcción de un Chile post-pandemia fundamentado en el principio de la solidaridad. Lo que nos lleva a reflexionar, ¿Qué realidades estructurales en Chile hoy reprueban el examen de la solidaridad? ¿Quiénes entre mis prójimos son presencia de Jesús pidiendo ser reconocido como hermano?

La cumbre insuperable de la [solidaridad] es la vida de Jesús de Nazaret, el Hombre nuevo, solidario con la humanidad hasta la «muerte de cruz» (Flp 2,8): en Él es posible reconocer el signo viviente del amor inconmensurable y trascendente del Dios con nosotros, que se hace cargo de las enfermedades de su pueblo, camina con él, lo salva y lo constituye en la unidad

(Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 196)

Pbro. Fernando Valdivieso
Capellán General de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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