Como en un rompecabezas o en un mosaico armónico, es necesario hallar o preparar la pieza exacta y luego encajarla. Son distintas piezas de cultura y tradición, pero que bien ensambladas pueden formar un todo más amplio, que es la humanidad. “La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida” cantamos con Vinícius De Moraes. Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias, que sabe reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente.
Somos un país hermoso, un mosaico de cerros, lagos, valles, ciudades y campos. Somos una sociedad de niños en gestación, infantes y adolescentes, jóvenes y adultos y ancianos; mujeres y varones; creyentes y no creyentes, originarios de uno u otro pueblo y cultura. No podemos ser humanos, ni chilenos, solos, separados unos de otros. Mucho menos enemistados y en guerra. El menosprecio y la exclusión del otro, la violencia y la guerra deshumanizan. Necesitamos desarrollar la conciencia de una salvación para todos. “La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común y a largo plazo” (Francisco, Fratelli Tutti, 169).
Mi relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi referencia a ella. Nos debemos unos a otros, sin exclusión.
Todos nosotros podemos contribuir a un futuro de paz y de unidad de la familia humana en Chile. Un mosaico no se puede forzar con un martillo. Tampoco un cuerpo legal para todos. Hay que ver las relaciones, que siempre existen, con los demás; hay que considerar, además, las relaciones que construimos entre unos y otros. Cuidémonos mutuamente, en nuestras familias, entre cercanos, sí, pero también, y especialmente, entre los que aún nos falta por conocer y reconocer, entre desconocidos y mal prejuzgados, entre diferencias políticas, sociales y étnicas. Incluso nuestros hermanos migrantes nos recuerdan que una hermandad genuina no es una “mera suma de los intereses individuales”, pues ella “no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad” (FT, 105). Junto con recordarnos que “todo ser humano tiene el derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y que ese derecho básico no puede ser negado por ningún país” (FT, 107), aprendemos que un mosaico tiene piezas antiguas, nuevas y futuras.
Por otro lado, nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. No puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia. Mi relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi referencia a ella. Nos debemos unos a otros, sin exclusión. Por ello las referencias a otros son imprescindibles y llevan al diálogo. Vienen tiempos en que necesitamos dialogar más y mejor. Un diálogo “que necesita ser enriquecido e iluminado por razones (…) por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y que no excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales que deben y deberán ser siempre sostenidas. Aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a una ética social” (FT, 211).
Estoy convencido de que una sociedad es noble por su cultivo de la búsqueda de la verdad, en especial por sus dimensiones más fundamentales.
La unidad es un don hermoso pero frágil: sabemos que el egoísmo y el pecado destruyen la unidad, no en vano rezamos en la liturgia: “mira la fe de tu Iglesia y concédele la unidad y la paz”. Pero muchas veces ignoramos a los pobres y gentes de la calle, encarcelados, mundo gitano, drogadictos, cuales “exiliados ocultos”. Estoy convencido de que una sociedad es noble por su cultivo de la búsqueda de la verdad, en especial por sus dimensiones más fundamentales. Ella no es solo la difusión periodística. Es también la búsqueda de un respeto hacia la dignidad humana. Ella reluce entre los pueblos olvidados, las gentes sabias hermanadas con su tierra original, entre los jóvenes temerarios, entre los viejos, conservadores, libertarios e indefensos o aparentemente inútiles. Todos ellos nos obligan a desmantelar el cálculo de ventajas y desventajas sin verdad. Ella no se identifica, sin más, con las ideas dominantes. La premisa es que somos todos hermanos e iguales en dignidad.
No, no es tarea fácil constituir un mosaico, una ley fundamental para todos, sin excepción. Es necesario pensar en todos: lo que se siembra hoy se cosechará mañana. Si lo hacemos presionando las piezas, el mosaico se malogrará. Para ello es necesario una unidad sabia. Sepamos discernir todos estos aspectos. ¿Se respeta y protege la dignidad inalienable de la persona humana o se legitima descartar o agredir a algunos? ¿Nos interesa el “bien común” como mosaico bien trabado y genuinamente original?