Otras reflexiones

Nos alimenta como una madre a su hijo

"Él quiere venir a cada uno: alimentarnos como una madre a su hijo con su carne y su sangre, entrar en nosotros, para que nosotros nos introduzcamos totalmente en Él, y crecer en Él como miembros de su cuerpo”. (Educación eucarística)

La civilización del amor: construyendo oportunidades

“El hombre y la mujer que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos”. (Evangelii nuntiandi, Papa Pablo VI)

El rol de los laicos en la cultura del encuentro

“Que su elegancia no sea el adorno exterior… sino la actitud interior del corazón”.
(1 P 3, 3-4)

Las mascotas en el centro de la familia universal

“Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros”
(LS 42).

Una parábola para
todos los días

Eduardo Pérez-Cotapos L. ss.cc.

Año III, Nº 35.

viernes 15 de enero, 2021

"“El camino para aprender a hacerse prójimo se vincula directamente con el aprendizaje de la misericordia, la bondad, la solidaridad, la fraternidad, la compasión, la ternura…”"

Un dato histórico firme sobre Jesús es que usó parábolas para predicar. Conscientes de que la forma literaria usada para anunciar un mensaje es parte integrante de él, surge la pregunta ¿por qué Jesús habló en parábolas? Ellas son una estrategia comunicacional que concentra toda su fuerza en un punto determinado a fin de vencer las resistencias que nos impiden acoger el mensaje. Al usar parábolas, Jesús apoya nuestro proceso de conversión; de cambio de parámetros para entender la realidad;  de una auténtica revolución copernicana a partir del encuentro con el Evangelio. Las parábolas son mucho más que un simpático ejemplo pedagógico usado para transmitir algún concepto o norma. En cada parábola late un conflicto entre la mirada de Jesús y nuestra mirada puramente humana. 

Al usar parábolas, Jesús apoya nuestro proceso de conversión; de cambio de parámetros para entender la realidad.

En la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37) Jesús aparece en diálogo con un Maestro de la Ley, de tradición farisea, con el cual conversan «temas académicos» que apasionaban a los estudiosos de la Ley de Moisés: «Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?» (Lc 10,25; ver Mc 10,37) y «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Como en todo debate había abundancia de argumentos para respaldar cada una de las tesis en cuestión. Jesús invita al Legista a no seguir debatiendo respecto al concepto judaico de «prójimo», sino a replantearse la problemática y llegar a un nuevo concepto: la idea cristiana de prójimo.

Para la tradición del AT el «prójimo» es quien vive cerca, mi familiar, el miembro de mi pueblo, de quien debo ocuparme. El resto son mi «no prójimo», extranjeros y en cierto sentido enemigos. Frente a ellos mi responsabilidad en muy pequeña. Para Jesús, que «ha derribado el muro que separaba a judíos de gentiles», reconciliando a toda la humanidad en un solo pueblo (ver Ef 2,11-22), todos los seres humanos formamos un único pueblo. Y en este único pueblo nuevo la pregunta deja de ser «¿Quién es mi prójimo?» y pasa a ser «¿Cómo me hago prójimo?» (ver Lc 10,36-37).

El camino para aprender a hacerse prójimo se vincula directamente con el aprendizaje de la misericordia, la bondad, la solidaridad, la fraternidad, la compasión, la ternura… Valores íntimamente ligados sobre los cuales el Papa Francisco ha insistido tanto. Para ayudar a entrar en la nueva óptica Jesús narra una parábola. A continuación, les invito a que la leamos desde la lectura habitual en la Iglesia hasta mediados del siglo XIX, tiempo en el cual se gestó entre los exégetas centroeuropeos la lectura hoy habitual: que debemos ser buenos samaritanos.

En cada parábola late un conflicto entre la mirada de Jesús y nuestra mirada puramente humana.

Jesús dice al maestro: olvídate de todo lo que sabes y de todos tus argumentos. Imagínate que, terminada tu visita a Jerusalén, vas bajando por el peligroso camino que va a Jericó. Te asaltan, te quitan todo y te dejan mal herido tirado al borde del camino. Pasan un sacerdote y poco después un levita. Ambos vienen de Jerusalén, son judíos como tú e incluso te parece haberlos visto. Pero dan un rodeo y no te auxilian. Después, para colmo, aparece un samaritano, con los cuales nos llevamos pésimo y que entorpecen el culto del Templo. Pero él ve tu dificultad, se ve a sí mismo reflejado en tus heridas, tiene compasión de ti, y olvidándose de las diferencias existentes entre ambos te lleva a una posada y asume los costos de tu curación. ¿Cuál de los tres actuó bien? ¿No te parece ridículo separar a la humanidad entre aquellos de los cuales debo ocuparme y otros de los cuales puedo desentenderme? Y de aquí nace el concepto cristiano de prójimo.

¿De qué modo la actual crisis de la Iglesia, la explosión social de Chile, la experiencia de fragilidad que nos hecho vivir el Covid-19, pueden ser espacios privilegiados par aprender qué significa misericordia? ¿Para derribar barreras y ensanchar nuestro concepto de prójimo? ¿Para asumir el desafío de hacernos prójimo de todos?

«Miremos el modelo del buen samaritano: … nos invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo: … que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro».
(Francisco, Fratelli tutti, 66).

Eduardo Pérez-Cotapos L. ss.cc.
Profesor de la Facultad de Teología UC

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