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“En este tiempo, es necesario preparar nuestro corazón, acompañados de la lectura, y disponer nuestros ojos para ver y contemplar la Palabra más hermosa jamás vista”.

8 de marzo, Día Internacional de la Mujer: Historia y significado de un día

Catalina Balmaceda E.

Año VII, N° 169

viernes 7 de marzo, 2025

“El Día Internacional de la Mujer no solo conmemora las luchas históricas, sino que también se constituye como una jornada de reflexión donde se renueva el compromiso de respetar la dignidad de la mujer”.

El Día Internacional de la Mujer, reconocido por las Naciones Unidas en 1975, es una fecha que invita a reflexionar sobre el papel fundamental que la mujer está llamada a desarrollar en la sociedad. Este día, que se celebró por primera vez el 19 de marzo de 1911, tiene sus raíces en acontecimientos históricos que han ido forjando y esculpiendo su significado hasta nuestros días.

El Día Internacional de la Mujer no solo conmemora las luchas históricas, sino que también se constituye como una jornada de reflexión donde se renueva el compromiso de respetar la dignidad de la mujer.

A principios del siglo XX, en un contexto de profundas desigualdades laborales, políticas y sociales para las mujeres, los movimientos obreros y de derechos civiles se fortalecieron, con la participación destacada de mujeres que exigían mejores condiciones en su trabajo y la igualdad de oportunidades. Una de las primeras manifestaciones reconocidas ocurrió el 8 de marzo de 1908 en Nueva York, donde 15.000 mujeres marcharon para exigir un horario más humano, salarios dignos y el derecho al voto. Tres años después, en 1911, sucedió un hecho trágico que marcó profundamente la lucha por los derechos laborales femeninos: el incendio en una fábrica donde murieron 146 trabajadoras debido a las pésimas condiciones de seguridad. Este evento conmocionó al mundo y generó un impulso renovado en las demandas por un trato de mayor dignidad para las trabajadoras.

Ese mismo año estos movimientos se habían extendido por diferentes países y contaron con el liderazgo de distinguidas mujeres católicas como Margaret Fletcher en Inglaterra, que trabajó incansablemente en la promoción de los derechos de la mujer y su participación en la educación; Agnes Reagan en Estados Unidos, que estableció la presencia de mujeres católicas en el movimiento de reformas sociales de su país, o la extraordinaria Margit Slachta, primera mujer en el parlamento de Hungría que, además de fundar la Unión de Mujeres Trabajadoras Católicas y las Hermanas del Servicio Social, luchó contra las leyes antisemitas y protegió a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial poniendo su vida en serio peligro.

No se trata solo de aspirar a una igualdad formal o de derechos, sino de un cambio cultural profundo en el que se valore la presencia femenina en sus múltiples dimensiones.

Para los cristianos, el Día Internacional de la Mujer no solo conmemora las luchas históricas, sino que también se constituye como una jornada de reflexión donde se renueva el compromiso de respetar la dignidad de la mujer, inscrita en su identidad misma, de igualdad y complementariedad con el hombre, y que se manifiesta en su capacidad de entrega, en su sensibilidad y en su vocación de cuidado y amor.

El llamado a reconocer y apreciar el aporte de la mujer en pleno siglo XXI es más relevante que nunca ya que en cada rincón de la sociedad ella juega un papel esencial para el desarrollo y la innovación. No se trata solo de aspirar a una igualdad formal o de derechos, sino de un cambio cultural profundo en el que se valore la presencia femenina en sus múltiples dimensiones. Especialmente en este momento presente y frente a la amenaza de una cultura deshumanizada, se espera que la manifestación del “genio femenino” del que hablaba San Juan Pablo II asegure en toda circunstancia la presencia de cualidades plenamente humanas como nutrir, cuidar y entregarse con empatía y ternura, y, al mismo tiempo, entregue un servicio real a la sociedad desde su propio ámbito laboral, participando en todos los campos de la vida social. Esta visión nos invita como sociedad a reconocer las diferencias y a promover un entorno en el que hombres y mujeres trabajen juntos, contribuyendo con sus talentos y fortalezas al bien común (cfr. Papa Francisco, Dignitas Infinita, 2018).

A la luz de la reflexión sobre este Día de la Mujer, podemos preguntarnos, ¿valoro a cada persona, sin importar si es hombre o mujer, buscando que todos puedan tener las mismas oportunidades para desarrollarse plenamente? ¿Qué actitudes puedo desarrollar en mi vida, mi trabajo y mis circunstancias personales para promover una sociedad más justa y equitativa?

“La Iglesia, por consiguiente, da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social… Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno… Tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad”.

San Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, 31.

Catalina Balmaceda E.
Profesora de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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