Hoy extrañamos la voz del Cardenal cuando el individualismo, la fragmentación social y la desconfianza se han apoderado de las relaciones humanas.
El Cardenal Silva Henríquez iluminó evangélicamente los oscuros caminos de la desunión y desconfianza con la adaptación de la acción pastoral de la Iglesia según la condición y necesidad de los tiempos.
El Cardenal, desde su corazón y carisma salesiano y en una clara coincidencia espiritual, teológica y filosófica con la Doctrina Social de la Iglesia, encarna sus principios originarios, a saber, Dios como “principio teológico”, pues en tanto realidad primera y suprema y principio originario de su acción creadora y providente; Cristo o “principio cristológico” como el rostro humano de Dios que, al entrar en la historia, redime a la persona humana, la que funda su existencia en la misión salvífica y liberadora de Jesucristo; el Hombre como “principio antropológico”, el que asegura la primacía de la persona como responsable del orden material y de la convivencia humana; y la Naturaleza como “principio legal o jurídico”, el que afirma la existencia de un orden en la naturaleza de origen divino. Por su parte, los principios secundarios de la Doctrina Social de la Iglesia hacen referencia directa al testamento espiritual Sueño de Chile del Cardenal. El principio de significado y unidad hace referencia al principio de la dignidad de la persona como aquel que organiza toda la Doctrina Social de la Iglesia y determina las estructuras sociales, políticas y económicas en virtud de la promoción y desarrollo integral y solidario de la persona humana; el principio secundario del bien común hace referencia a las condiciones para un verdadero desarrollo humano integral, que no es posible alcanzar sin otro principio que el de la solidaridad, como determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común como una virtud individual y colectiva de corresponsabilidad. Esta solidaridad se funda en otro principio, que es el del destino universal de los bienes como su sentido final, es decir, que se comparte solidariamente para establecer condiciones dignas para todas las personas; y, finalmente, el principio de subsidiariedad como el complemento perfecto de la solidaridad y custodio de la justicia y caridad para mejorar las condiciones de vida de todas y todos.
El Cardenal, ante cada necesidad de su tiempo y del pueblo, imaginó una solución evangélica y evangelizadora a la luz de la fe, la esperanza y la caridad que armonizara el creer, el hacer y el tener.
El Cardenal Silva Henríquez iluminó evangélicamente los oscuros caminos de la desunión y desconfianza con la adaptación de la acción pastoral de la Iglesia según la condición y necesidad de los tiempos, como afirma en Los Derechos Humanos en el Antiguo Testamento (1965): “No hay pues ninguna base para cualquier teoría o comportamiento que introduzca una discriminación entre hombre y hombre, entre raza y raza, con respecto a la dignidad humana y a los derechos que de ella se desprenden”. O en Acelerar la liberación (1970): “La esperanza, por eso, de conquistar por sí mismo su lugar en la Tierra, luchando solidariamente por hacer valer su dignidad de personas. Hoy día nos preguntamos qué hemos hecho por respetar esa dignidad. ¿Cómo hemos satisfecho ese “hambre y sed de justicia” que es bienaventuranza, sí, para los desheredados, pero interpelación para los que tienen pan y no quieren compartirlo? ¿Con qué sinceridad hemos vivido la fe en un Dios que se hace hombre y nos visita, y nos juzga en la persona del pobre al que negamos sus derechos?”.
La dignidad humana, por lo tanto, es inherente a cada persona, independientemente de su origen, raza, género, estado social, capacidad física o cualquier otra característica. Esta dignidad no se basa en los logros personales, sino en el simple hecho de ser una creación divina. Es un regalo otorgado por Dios y no puede ser arrebatado ni negado a ninguna persona. El Cardenal, ante cada necesidad de su tiempo y del pueblo, imaginó una solución evangélica y evangelizadora a la luz de la fe, la esperanza y la caridad que armonizara el creer, el hacer y el tener.
En mi vida personal ¿veo hoy la acción del Espíritu Santo en la unidad de la vida comunitaria para una vigorización de la Pastoral? En la vida comunitaria ¿estamos planeando y proyectando evangélicamente soluciones pastorales para las necesidades de nuestro tiempo?