Otras reflexiones

El corazón que transforma al mundo

El Papa Francisco visualiza al Corazón de Jesús como un modelo de vida que cambia nuestras relaciones humanas, inspirándonos para servir y comprometernos con la justicia, a no mirar hacia el lado ante el dolor ajeno.

Corpus Christi. Cristo vive en medio de nosotros

“El conocimiento y amor de Dios sólo se pueden ganar a través de una relación constante y confiada con él; la manera más segura es a través de una vida eucarística”(Edith Stein, Conferencia “El valor específico de la mujer en su significado para la vida del pueblo”, Obras Completas IV, 87).

Entender no era el punto

El amor del padre es incondicional, no importa si estuviste lejos o lo ignoraste, el padre está ahí para escuchar, perdonar y abrazar al hijo perdido, que necesita de su misericordia para reemprender el camino.

Pentecostés 2025: abrasados por el fuego de Dios

En Pentecostés los cristianos celebramos que, sobre los apóstoles reunidos con la Madre de Jesús, descendió el Espíritu divino, que es cumplimiento y cosecha de la Pascua, el fruto más excelente de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

“Si Conocieras el Don de Dios”, Jn 4,10

Pbro. Mauricio Albornoz O.

Año VI, N° 136

viernes 19 de julio, 2024

“La vivencia de los sacramentos tiende hoy a postergarse: la vorágine del tiempo, la proliferación de lo digital, la facilitación de la oferta, la liquidez de las relaciones y tantos otros factores invitan a expresiones más volátiles y fugaces en la vida en general. Dentro de ello, la experiencia religiosa intenta levantar la sobrenaturalidad de lo humano, y lucha por mostrarnos el don de Dios expresado en la faz de Jesús de Nazaret”.

La inmediatez de nuestra época ha generado diversos efectos en la vida humana y en consecuencia también en la vida cristiana. Como en todo tiempo, la experiencia de la fe eclesialmente vivida exige buscar nuevos caminos que actualicen con fidelidad el depósito recibido. Un ejemplo de esto son los sacramentos; en efecto, hoy es común encontrar en nuestras comunidades hombres y mujeres que piden vida sacramental, en razón de alguna necesidad particular y con cierta premura y poca dedicación, relevando en ocasiones la celebración del evento por sobre el sacramento mismo. La solicitud llega más por la fuerza de la costumbre que por una opción particular y fundamental que anime el sentido de la fe.

Pareciera que el cristiano no fuera consciente del Don que a través de los sacramentos se entrega, y la necesaria reflexión requerida para tomar conciencia del Don recibido.

Pareciera que el cristiano no fuera consciente del Don que a través de los sacramentos se entrega, y la necesaria reflexión requerida para tomar conciencia del Don recibido, que termina a veces en una experiencia mágica que se diluye en la materialidad de la época presente, o en el mejor de los casos en algo que hay que conseguir a toda costa, al menor esfuerzo, y con la mayor rapidez.

La vida cristiana, y en consecuencia la vida sacramental, es, antes que todo, un modo de pensar y de situarse. Nuestra manera de existir, y de encontrarnos en medio del mundo, mira la realidad no como una cosa sino como una relación, y a su vez toda relación humana supone un modo simbólico de reconocerse: un beso, un abrazo, un apretón de manos, una caricia, una sonrisa, un gesto… son expresiones humanas que refrescan lo simbólico, y que expresan en la pobreza del signo un acontecimiento infinitamente mayor. Es la manera de entendernos y sabernos significativos para nuestro entorno.

El camino de la vida se transforma entonces, a través de lo simbólico, en un itinerario sacramental, vida y realidad sacramental se encuentran mutuamente en lo cotidiano, y particularmente en momentos simbólicos de nuestra existencia.

La fe no impone ni crea el sacramento, sino más bien permite que el acto simbólico que expresa una realidad distinta de él ponga en el corazón creyente la mirada de esa necesidad vital.

En medio de estas realidades humanas emerge la experiencia religiosa, y particularmente la fe en Jesucristo como Dios y Salvador que media simbólicamente con el itinerario de nuestra vida y a través de ella. De este modo la fe no impone ni crea el sacramento, sino más bien permite que el acto simbólico que expresa una realidad distinta de él ponga en el corazón creyente la mirada de esa necesidad vital; presencia de Dios en las cosas y en la historia… en nuestra historia: “Los sacramentos no solamente suponen la fe, sino que por medio de las palabras y las cosas la alimentan, la fortalecen y la expresan. Por eso se los llama sacramentos de la fe” (SC, 59).

Pero esta extraordinaria posibilidad puede también degradarse. Sabemos que en todo sacramento existe un momento sim-bólico que une y evoca a Dios y a Jesucristo. Pero el contexto epocal, por las razones antes descritas, nos pueden llevar a pasar de una vida sacramental al sacramentalismo, una comprensión mágica de los mismos, desprovistos de todo esfuerzo vital con degradaciones del sacramento. Separando, dividiendo el sentido profundo del mismo, pasando de lo sim-bólico a lo dia-bólico.

La manera más humana y más cristiana de comprender este necesario paso de compromiso con la vida sacramental no es otra que Jesucristo, punto culminante de la historia de la salvación. Él es por excelencia el Sacramento primordial de Dios.

La vida humana es vida cristiana y el complejo sacramental de la Iglesia con sus siete sacramentos simbolizan también la totalidad de la vida, que gira sacramentalmente en torno a siete ejes fundamentales que ven a Dios en ellos y ritualizan de manera especial esos momentos fuertes de la existencia recibiendo la fe, alimentando la fe y expresando la fe, he aquí el valor del sacramento.

¿Qué lugar ocupan en mi vida cristiana la celebración de los sacramentos? ¿Qué es más importante; el sacramento mismo o la convivencia posterior? ¿A qué le doy más tiempo? ¿Qué pasos puedo dar para mejorar mi vida sacramental en medio del tiempo presente?

“Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico (…). Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad”

Sacrosantum Concilium, 59. Documento del Concilio Vaticano II.

Pbro. Mauricio Albornoz O.
Decano de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas, Universidad Católica del Maule

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