Intentando una mirada a la sociedad que nos rodea -desde el limitado ángulo que permite nuestro rincón- cuesta divisar ámbitos de convivencia social iluminados por la virtud de la humildad. En cambio, percibimos actitudes de fuerte asertividad individual: el éxito, la competitividad y la vanidad parecieran caracterizar el “espíritu del tiempo”. La publicidad -ubicua, invasiva, hasta agresiva- insta a consumir más y más. La política suele anteponer motivaciones de poder al bien común. La farándula encandila a las multitudes en torno a episodios intrascendentes. El deporte organizado, alejándose de sus ideales, tiende a unirse a este mundo. Una cacofonía de banalidades inunda los medios de comunicación y las redes sociales. La educación gravita hacia contenidos “útiles” y temáticas humanistas serían superfluas. El anonimato de la vida urbana destruye lazos de solidaridad, y cunden las percepciones de incertidumbre.
En los negocios terrenales, advertía san Juan Pablo II, con frecuencia vencen la prepotencia y la superficialidad: “las consecuencias están ante los ojos de todos: rivalidades, abusos, frustraciones” (Castel Gandolfo, 2 de sept. 2001). El desafío de la humildad es formidable, reconocía el mismo Papa, ya que va “claramente contra corriente”: sería más bien una señal de debilidad e inseguridad, una actitud “perdedora” en la batalla cotidiana.
La humildad es una sólida base para la edificación de un mundo mejor.
Ocurre, sin embargo, que duras realidades vividas a diario tienen mucho que ver con el desconocimiento de la humildad. En el combate contra el Covid 19 se han perdido muchas vidas debido a la soberbia de algunos que tienden a desoír la voz experta. El cambio climático, especialmente el calentamiento global, se debe en gran medida a acciones colectivas que han desconocido criterios de sustentabilidad. Mitos e ideologías raciales dividen países y regiones, conduciendo a trágicos enfrentamientos.
Mientras el humanismo secular valora la humildad en la perspectiva del progreso social y el bienestar de las personas, la doctrina de la fe católica aporta la dimensión de trascendencia. Dice el Evangelio según San Lucas: “Todo el que se ensalce, será humillado, y el que se humille, será ensalzado.” (14, 11) Jesucristo recorrió íntegramente el camino de la humildad, optando por servir en vez de ser servido, al punto de ofrendar su vida en la Cruz por el perdón de nuestros pecados.
En esta visión, la humildad es una sólida base para la edificación de un mundo mejor. San Agustín decía que para elevarse es necesario saber partir desde abajo: la construcción de una gran torre requiere un arduo trabajo de diseño y el emplazamiento de sólidos cimientos. Esa parte del edificio será invisible y nadie felicitará al constructor, pero es el fundamento para la estabilidad de la obra. Esta observación permite concluir que es un error ver la humildad como signo de debilidad.
Diversos estudios de comportamiento organizacional han demostrado que los liderazgos que incluyen atributos de humildad conducen más efectivamente que los de carácter “egocéntrico”. Son liderazgos abiertos a escuchar, a consultar, a motivar y a formar equipos, lo que en definitiva potencia a las organizaciones.
La vida es una lección de humildad, pero solamente para aquellos que saben reconocer que, ante la realidad de nuestras limitaciones, seguir esforzándose por aprender es una tarea permanente.
En esta perspectiva, vemos que la práctica de la humildad permite un mejor control de los impulsos egoístas y fortalece las capacidades de reflexión. Es, en este sentido, un peldaño en la escala que conduce al nivel superior de la sabiduría. Otras culturas así lo enseñan: en la filosofía confuciana, los más afortunados acceden a la sabiduría imitando modelos relevantes; otros lo harán a través de pacientes estudios y reflexiones, y algunos a través del aprendizaje desde la experiencia, el duro camino de la prueba y el error.
La vida es una lección de humildad, pero solamente para aquellos que saben reconocer que, ante la realidad de nuestras limitaciones, seguir esforzándose por aprender es una tarea permanente. Volviendo al mensaje cristiano, la Carta del Apóstol Santiago (4, 10) reafirma la cita evangélica: “Humíllense ante el Señor y Él los ensalzará.”
¿Cómo podemos trabajar para equilibrar o conciliar los valores de humildad y dignidad? ¿Qué debemos hacer para que la dignidad no se transforme en orgullo e intransigencia, impidiéndonos ser humildes? ¿Cómo lograr que la humildad nos estimule para servir a los demás?