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Educar para el sentido

Patricia Imbarack D.

Año II, Nº 13.

domingo 1 de marzo, 2020

"¿Cómo educar para el sentido y proyecto de vida? El bautismo nos sumerge en la corriente de misión de Dios hecho hombre. Así también nosotros podemos estar cautivados por esa misión y dejarnos sumergir en el sentido y proyecto de vida de Cristo."

En el Chile de hoy, nadie cuestionaría la relevancia de la educación. De hecho, hemos sido testigos en las últimas décadas de efervescentes discusiones que vitalizan la educación como valor prioritario del ser social. No obstante, el sentido que se le otorga ha variado a lo largo del tiempo: ¿para qué educamos? ¿para qué prepara la familia? ¿para qué enseña la escuela?

Al terminar los años de colegio, nos encontramos con jóvenes que poseen todas las capacidades para tomar las mejores decisiones; esta es una etapa en que se tiene el potencial para abstraer, analizar críticamente, reflexionar. A su vez, la empatía y la capacidad para ponerse en distintos lugares, perspectivas y puntos de vista ofrecen un escenario perfecto para que tanto la escuela como la familia puedan fomentar el sentido y proyecto de vida en los jóvenes.

Al terminar los años de colegio, nos encontramos con jóvenes que poseen todas las capacidades para tomar las mejores decisiones.

Entonces, ¿cómo educar para el sentido y proyecto de vida? Para nosotros como cristianos y laicos, el bautismo nos sumerge de manera misteriosa, pero al mismo tiempo profunda, en la corriente de misión de Dios hecho hombre. Como lo estuvo él, así también nosotros podemos estar cautivados por esa misión y dejarnos sumergir en el sentido y proyecto de vida de Cristo; transformar nuestro pequeño sentido y proyecto de vida en algo mayor, dejarnos conquistar por “El Sentido”.

“Como el Padre me envió, así también yo los envío a ustedes” (Jn 20, 21). Podemos ver la pasión de Cristo como su misión; por eso, dar la vida y todo el sufrimiento que le acompaña le parece algo natural, porque está inspirado en una fuerte conciencia de misión. “El que me ha enviado no me deja nunca solo, porque yo hago lo que le agrada” (Jn 8, 29) quiere decir que no estoy solo en esta tierra, ni estoy por mis propias fuerzas, sino que es la fuerza de Dios la que ha irrumpido en mi vida. ¡He sido enviado! Y solo así podemos decir: todo lo puedo en Aquel que me conforta.

En este punto, san Pablo puede ser un muy buen ejemplo. Para el apóstol, la clave era vivir y obrar desde la conciencia de misión, desde la certeza de haber sido enviado, y ciertamente la experiencia de los primeros cristianos lo refleja. Ellos, a pesar de su pequeño número, un puñado de hombres, se atrevían a afirmar: “Somos el alma del mundo”.

Educar para que el centro de nuestra vida cristiana sea captar esa invitación de Dios y podamos así responder con amor y valentía

Lamentablemente, entre los cristianos de nuestro tiempo, en parte ha desaparecido esa fe en la misión. Así se explica mucho del cansancio, tristeza, agotamiento y angustia que hoy ha conquistado a muchos hombres y mujeres. ¿Cómo educar para el sentido? Cuando hablamos de sentido, de misión, hablamos de la tarea que no hemos buscado nosotros mismos, sino que se nos ha sido dada por Dios.

¡Educar para el sentido! Educar para que el centro de nuestra vida cristiana sea captar esa invitación de Dios y podamos así responder con amor y valentía a esa llamada. ¿Cómo? Con una fe que permanentemente se oriente a descubrir, atesorar y meditar todas las pequeñas y grandes conducciones de Dios en la vida.

Somos personas que a menudo acudimos a la santa misa, procuramos cumplir nuestros deberes como cristianos y laicos, pero es necesario un paso más. ¡Eduquemos para el sentido! para desarrollar una sana conciencia de haber sido enviados y, para ello, es necesario que seamos capaces de percibir día a día cómo Dios se esconde en los acontecimientos.

Parece fácil, ¿cierto? Pero ¿por qué a menudo no nos resulta? Es difícil mantener los ojos abiertos en el día a día, porque son tantas horas, tantas cosas y a menudo no vemos a Dios de inmediato. En la lectura de todos los acontecimientos, la alegría y el dolor, tenemos que encontrar el amor de Dios y agradecérselo de corazón.

Partamos esta misma noche y, antes de dormir, pensemos: ¿dónde me salió Dios hoy al encuentro? ¿Dónde me saludó? ¿Dónde fue bueno conmigo? Esta es la clave para nadar seguro en el oleaje del mundo y seguramente nacerá con facilidad una actitud de gratitud por todo lo recibido y una profunda certeza que hemos sido elegidos para algo grande. Así y solo así podemos educar para el sentido a nuestros hijos, a nuestros estudiantes.

«Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven.
¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente.
San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”. Dios es vida,
y cada criatura tiende a la vida».

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA XXVI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2011.

Patricia Imbarack D.
Profesora de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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