El Espíritu Santo es Fuerza creadora. Chile es una tierra hermosa, desbordante de bellezas naturales, desierto, bosques, lagos, volcanes, cordillera y mar. Su variedad está bien interpretada en la que conocemos como la leyenda de la creación de Chile: “En el principio, Dios creó las maravillas del mundo. Sin embargo, cuando terminó se dio cuenta de que había muchos trozos sueltos. Tenía partes de ríos y valles, de glaciares y desiertos, de montañas, bosques, praderas y colinas. En vez de dejar que estas maravillas se perdieran, Dios las dispuso todas en el lugar más remoto de la tierra. Así es como se creó Chile”.
Este mes de la patria es propicio para recordar que la rica creación presente en nuestra tierra es don del Espíritu Santo, el Aliento (Ruah) de Dios, que es invocado como el Creador (cf. Himno Veni Creator Spiritus), así lo reconoce también el salmista cuando afirma: “Si envías tu aliento, todos son creados, y renuevas la superficie de la tierra” (Salmo 104,30). El Soplo divino es Creador y estamos llamados a reconocer en Chile su abundante obra creadora, que nos precede o “primerea”, como dice el Papa Francisco, y que no se detiene, porque sigue creando aún hoy.
Ese Soplo es el que corre de cordillera a mar y del desierto al territorio antártico, manifiesto en las “puras brisas” que cruzan Chile.
El Espíritu Santo es Fuerza unificadora. Somos un pueblo diverso, formado a lo largo de los siglos por integrantes de orígenes muy distintos. Sin embargo, el Espíritu Santo, que es el que une en la Trinidad al Padre y al Hijo y que es la fuente de la comunión, es quien nos ha unido por una fuerza más grande que las diferencias que portamos.
Nos reconocemos chilenos, miembros de una misma familia, somos solidarios, sufrimos con los dolores de los otros y nos alegramos con los triunfos de todos, porque el Amor divino nos alienta. El espíritu chileno es fruto de la presencia y acción del Espíritu de Dios. Los cristianos creemos que toda comunión surge de Él, que está en nosotros y nos une. Ese es el deseo de Cristo la noche antes de morir: “que todos sean Uno” (Jn 17,21). Donde está el Espíritu divino surgen en abundancia sus frutos de amor, paz y alegría (cf. Gal 5,22), el Espíritu produce esos frutos en Chile, con nosotros y con nuestra colaboración.
Nos reconocemos chilenos, miembros de una misma familia, somos solidarios, sufrimos con los dolores de los otros y nos alegramos con los triunfos de todos, porque el Amor divino nos alienta. El espíritu chileno es fruto de la presencia y acción del Espíritu de Dios.
El Espíritu Santo es Fuerza vivificadora. Nuestro país no es ajeno a los muchos signos de la cultura de la muerte presentes en la sociedad moderna, tales como la guerra, el hambre, el aborto, los asesinatos y el narcotráfico. Ante esa realidad dolorosa se presenta el triunfo de la vida de Cristo resucitado, vida espiritual que vivifica también la sociedad: “El Espíritu es el que da Vida” (Jn 6,63). Y nuestra profesión de fe declara que el Espíritu Santo es el “Dador de vida”. Él es el Vivificador, la Fuerza que resucita a Cristo y vence la muerte (cf. Rom 8,11). Dice San Juan Pablo II: “En el culmen del misterio pascual, el Hijo de Dios, hecho hombre y crucificado por los pecados del mundo, se presentó en medio de sus discípulos después de la resurrección, sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo». Este «soplo» permanece para siempre”. Ese Soplo es el que corre de cordillera a mar y del desierto al territorio antártico, manifiesto en las “puras brisas” que cruzan Chile (cf. Himno nacional); recibamos ese aliento de vida para que se manifieste en nuestros campos y ciudades, y se haga especialmente evidente en este mes de la patria, con vida que supera la muerte, no sólo a nivel personal sino también social, político y económico, esa vida se origina en el Espíritu vivificador.
El Espíritu Santo puede considerarse la menos conocida de las tres Personas divinas, lo llamamos “el gran Desconocido”; de hecho, la teología nos enseña que sabemos más de su presencia y acción que de su Persona misma. Sin embargo, está a la obra siempre, guiando la historia hacia su fin último, desde el primer capítulo del Génesis (cf. Gn 1,2) hasta el último del Apocalipsis (cf. Ap 22,17). Esto mismo constatamos en nuestra patria, hablamos poco del Espíritu Santo, quizás pocos lo conocen, pero este gran Desconocido ha estado siempre presente y siempre actuando. ¿Podríamos invocar más al Espíritu Santo para que nos una en verdadera comunión fraterna? ¿Creo en el poder transformador del Espíritu Santo para que continúe marcando a Chile con Su Fuerza creadora, unificadora y vivificadora que ha hecho de nuestra patria el país que es y del que estamos orgullosos y agradecidos de habitar? ¿Puede Chile ser más consciente de que somos un país del Espíritu?