Otras reflexiones

La ofensa y la dignidad humana

Mientras la ofensa hacia el prójimo, tanto en su variable presencial como virtual, se da en términos de pérdida de reciprocidad del respeto, la ofensa hacia Dios, las instituciones y los valores morales se da con un evidente desconocimiento del orden de la relación.

El primer domingo de Adviento. Cuando la ciencia y la fe se encuentran

“Hay algo que la ciencia no puede responder y eso está en dominio de la fe. Y ahí es donde el Adviento entra en mi corazón. Este primer domingo no es simplemente una fecha que aparece en el calendario litúrgico; es una puerta abierta para creer, para la fe".

Recordando el gran y santo concilio de Nicea

“Lo que los proclamaron los Apóstoles y lo que definieron los Santos Padres marcaron la fe de la Iglesia de un sello de unidad. (Liturgia bizantina)”.

Dialogar para encontrarnos

“Para dialogar necesitamos sentarnos con la otra persona, encontrar tiempo en común, poner atención a lo que nos dice, en un encuentro auténticamente humano y, por lo tanto, auténticamente cristiano”.

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Escuchar el clamor y ver el rostro herido de los pobres Reflexión a partir de Dilexi te, exhortación apostólica de León XIV sobre el amor hacia los pobres.

Ángela Pérez-Jijena

Año VII, N° 209

viernes 12 de diciembre, 2025

“En los pobres [Cristo] sigue teniendo algo que decirnos” (DT, 5).

Con las palabras «Te he amado» (Ap 3,9), el Papa León XIV introduce su primera exhortación apostólica, en la que hace suyo el proyecto que el Papa Francisco dejó inconcluso. Nos alcanza en el Adviento: un hermoso tiempo litúrgico en el que los creyentes nos preparamos para recibir al Jesús pobre y vulnerable de Belén. La invitación es a leer Dilexi te con el deseo de dejar resonar las palabras que nos conducen a Belén y, con Jesús, nos hermanan con quienes viven en la pobreza. Propongo algunas reflexiones que nos podrían ayudar.

Porque nos hace uno con los intereses del corazón divino, es que la opción preferencial por los pobres es causa de renovación para la Iglesia y sociedad (DT, 7).

a) Un camino de conversión: Escuchar su clamor y ver su rostro herido es condición necesaria para que nazca el amor hacia los pobres. Escuchar el grito de los pobres acompasa nuestro corazón con el corazón de Dios “que es premuroso con las necesidades de sus hijos y especialmente de los más necesitados” (DT, 8). Sucede entonces que, como el árbol plantado en el borde de la acequia, las raíces de la Iglesia y la sociedad beben del manantial que renueva y vivifica. Por eso, porque nos hace uno con los intereses del corazón divino, es que la opción preferencial por los pobres es causa de renovación para la Iglesia y sociedad (DT, 7). La invitación es también a abrir los ojos al sufrimiento de los pobres, conscientes de que en ese rostro sufriente está impreso “el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo” (DT, 9). De hecho, en la decisión de con-sufrir y con-morir con Cristo nos jugamos la real identificación con Él. El problema es que en nuestras vidas hay tanto ruido y estamos tan concentrados en nuestros asuntos que no llegamos a ver ese rostro y escuchar ese clamor. En este contexto, cuando en Adviento pedimos el don de la conversión, estamos pidiendo que se nos abran los ojos y los oídos, de modo que el dolor del pobre, efectivamente, nos afecte y comprometa.

San Juan Crisóstomo (y también el Padre Hurtado) nos recuerda que el pobre es Cristo. Y si Cristo pasa hambre, está desnudo, en la cárcel (Mt 25), no nos podemos quedar de brazos cruzados.

b) Abrirle al pobre las puertas de nuestra vida: Dios escucha el grito de los pobres (Ex 3,7) y apuesta por su libertad (Sal 34,7). Jesús se hizo pobre, vivió como pobre y anunció la buena noticia a los pobres. Se despojó de todo y murió en una cruz (cf. Fil 2,6-11). Después de tal desborde de amor, todo lo que hagamos formará parte de una enorme y siempre pendiente deuda de gratitud. En esa corriente de amor, recibido y ofrecido, se sitúa el amor a los pobres que atraviesa de punta a punta la vida de la Iglesia.

El documento recupera algunas de las experiencias que han ido dando vida a esta hermosa tradición. De ellas heredamos valiosas intuiciones de lo que significa más en concreto este amor a los pobres. Con San Lorenzo debemos reconocer que los pobres son el tesoro de la Iglesia (DT, 38). Lo valioso se cuida. San Juan Crisóstomo (y también el Padre Hurtado) nos recuerda que el pobre es Cristo. Y si Cristo pasa hambre, está desnudo, en la cárcel (Mt 25), no nos podemos quedar de brazos cruzados. Con San Ambrosio comprendemos que compartir nuestros bienes con quienes pasan necesidad no es sino un acto de justicia. En la experiencia del Santo de Asís, “en el leproso fue Cristo mismo quien lo abrazó, cambiándole la vida” (DT, 6). Hablamos de un abrazo que le cambió la vida. Para que algo así nos suceda, debemos compartir el espacio con el pobre, dejarlo entrar en nuestra vida: que tenga nombre e historia, que nos importe e implique su situación y que nos hermane su destino.

A la vista de todo esto y atentos al lugar donde nos encontramos en el presente, nos podríamos preguntar, ¿cuáles y cómo podemos abrir las puertas de nuestra vida a los pobres, de manera que haya ocasión para un ver y un oír que nos implique y complique, y para ese abrazo del pobre que es capaz de cambiarnos la vida? Entonces, a la luz de Dilexi te, ¿qué significa para mí hoy caminar hacia el pesebre de Belén y adorar a Jesús niño que elige nacer pobre entre los pobres?

“La opción preferencial por los pobres genera una renovación extraordinaria, tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar su grito”.

Papa León XIV. Dilexi te,7

Ángela Pérez-Jijena
Académica asociada de la Facultad de Teología UC y directora del Centro Teológico Manuel Larraín.

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