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En Pentecostés los cristianos celebramos que, sobre los apóstoles reunidos con la Madre de Jesús, descendió el Espíritu divino, que es cumplimiento y cosecha de la Pascua, el fruto más excelente de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

El regalo del silencio

El silencio es como el papel en blanco que acoge nuestro pensar, el trasfondo despejado que nos permite escuchar al otro y a uno/a mismo/a. Es la pausa entre notas que da vida a la música, y son los márgenes y espacios vacíos del texto que permiten una lectura más tranquila y menos caótica.

Matrimonio, una escuela de amor

El Papa publicó una carta a los matrimonios, en la que nos dice: “la vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto, en un mar a veces agitado” y nos anima, recordándonos “que a través del sacramento del matrimonio Jesús está presente en esa barca”.

Peregrinar en tiempo jubilar: Camino de fe y gratitud

Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14,6), por lo que los cristianos siempre estamos llamados a acompañar a Jesús en el camino, en su peregrinación hacia el Reino. En este tiempo jubilar, caminar al santuario con otros peregrinos y con nuestros seres queridos cobra un significado especial.

La ciencia nos acerca a Dios

José Rafael Vicuña E.

Año II, Nº 17.

domingo 26 de abril, 2020

"¿Cómo surgió el universo? ¿Cómo apareció la vida en la Tierra? ¿Cuál es el origen del hombre y de la conciencia? Al buscar respuestas, es fundamental tener claro los ámbitos en que se desenvuelven los respectivos magisterios de la ciencia y de la religión"

La ciencia y la religión constituyen dos pilares fundamentales de nuestra cultura. La primera nos permite explorar la lógica de la naturaleza, mientras que la segunda nos proyecta a una dimensión sobrenatural que da sentido no solo a los hallazgos de la ciencia, sino a toda nuestra existencia. Se podría pensar entonces que ciencia y religión representan esfuerzos independientes del entendimiento humano por alcanzar la verdad y que, por lo tanto, no debiera haber interferencias entre ellas.

A pesar de que el método científico es fabuloso para adquirir nuevos conocimientos, tiene un límite, puesto que se remite al mundo de lo sensible.

Sin embargo, hay ciertas cuestiones en las que ambas se encuentran. ¿Cómo surgió el universo? ¿Cómo apareció la vida en la Tierra? ¿Cuál es el origen del hombre y de la conciencia? En la búsqueda de respuestas, es fundamental tener claros los ámbitos en que se desenvuelven los respectivos magisterios de la ciencia y de la religión. Por de pronto, debemos reconocer que a pesar de que el método científico es un instrumento fabuloso para adquirir nuevos conocimientos, éste tiene un límite, puesto que se remite al mundo de lo sensible. A la vez, es preciso hacer una correcta interpretación de lo que Dios ha querido revelarnos por medio de las Sagradas Escrituras.

Lamentablemente, no siempre se toman estas precauciones, lo que deriva en conflictos entre ciencia y religión que no tienen sustento real. Es el caso de sectores materialistas ateos que asocian a la religión con superstición e irracionalidad (dogma, fe, misterio) y piensan erróneamente que la ciencia posee la capacidad de probar o descartar la existencia de Dios. Así, Darwin habría demostrado que no es necesaria la existencia de un plan divino, puesto que la selección natural por sí sola da cuenta del diseño que observamos en la naturaleza. Muchos investigadores creen también que si se llegan a descubrir las causas naturales del surgimiento de la vida en la Tierra, ello constituiría una prueba irrefutable de que no fue necesaria la acción de un Creador.

Una lectura literal de las Sagradas Escrituras es otra fuente de aparente conflicto entre ciencia y religión, error en que las propias autoridades de la Iglesia han incurrido (caso Galileo). Hoy observamos que el mundo protestante abraza un creacionismo que no acepta la evolución del universo y de los seres vivos que tan palmariamente nos muestra la ciencia. El Magisterio reciente (encíclica Divino afflante Spiritu, constitución Dei verbum) nos enseña que la adhesión a la palabra de Dios no se contradice con el necesario trabajo literario que requiere su adecuada interpretación. La ciencia nunca estará en oposición con la fe, puesto que las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios.

El camino más fructífero para relacionar a la ciencia con la religión es el establecimiento de un diálogo que busque puntos de convergencia.

El camino más fructífero para relacionar a la ciencia con la religión es el establecimiento de un diálogo que busque puntos de convergencia, admitiendo que ambas tienen diferentes métodos y perspectivas para comprender la realidad. Nadie se ha referido mejor a los beneficios de este diálogo que san Juan Pablo II: “La ciencia puede purificar a la religión del error y la superstición; la religión puede purificar a la ciencia de la idolatría y de los falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra a un mundo más amplio, un mundo en que ambas pueden progresar”.

Este diálogo, que obviamente realizamos los creyentes, es estimulado cuando constatamos que el mundo es inteligible, que funciona de acuerdo a leyes y que nos ofrece manifestaciones absolutamente deslumbrantes, como son la inmensidad del universo y la complejidad de la vida.

¿Me resulta evidente que no puede haber contradicción entre ciencia y religión porque es el mismo Dios quien creó la naturaleza y se reveló por medio de las Sagradas Escrituras? ¿Estoy consciente de que hay una parte sustancial de la realidad que no es material y que, por lo tanto, escapa al dominio de la ciencia? ¿Hago esfuerzos por ampliar el uso de la razón trascendiendo el ámbito puramente científico?

«La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable… Invitando a maravillarse ante el misterio de la Creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia».

carta encíclica “LUMEN FIDEI”, 2013.

José Rafael Vicuña E.
Profesor de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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