Otras reflexiones

Hacinamiento carcelario y Evangelio de Jesucristo

“En el corazón de la vida eclesial ha estado siempre la preocupación por hombres y mujeres que, habiendo cometido un delito, han sido condenados a cumplir una condena privativa de libertad. La razón de esta preocupación está en que para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros”.

Católicos en tiempos de polarización

“Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica”. Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.

Discernimiento e inteligencia artificial

La IA es una máquina (cada vez más compleja, ciertamente) que realiza acciones que llamamos “inteligentes”, pues se trata de acciones que si fueran hechas por humanos recibirían tal calificativo. Sin embargo, como toda obra humana, también la IA exige un discernimiento moral de sus usos beneficiosos y de sus riesgos para la persona humana y la sociedad en general.

Saber vivir el tiempo restante

“La acumulación de conocimientos sin mesura y el ritmo frenético de trabajo no son en absoluto conducentes al buen vivir. La conciencia del límite, de nuestra finitud en esta vida, punto en el que convergen tanto la sabiduría griega como la de las Sagradas Escrituras, nos impone la tarea de asumir el tiempo con la calma y mansedumbre que el sabio demuestra en su acción” (cf. Sant 3,13).

La solidaridad alimenta nuestra fe

Mons. Cristián Roncagliolo P.

Año III, Nº 51.

viernes 27 de agosto, 2021

"La solidaridad emerge como una cualidad distintiva que atrae a otros credos y culturas "

La solidaridad es aquel principio social de la Iglesia que nos recuerda la interdependencia y la interrelación de los seres humanos en la búsqueda del bien común. En la Sagrada Escritura encontramos numerosos rostros vivos de solidaridad, como por ejemplo el Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25ss) o la viuda pobre, que da sus dos monedas (cf. Mc 12, 41).

En las primeras comunidades cristianas la solidaridad emerge como una cualidad distintiva que atrae a otros credos y culturas. En efecto, a sus contemporáneos los cautivaba la comunión de amor que existía entre los primeros cristianos, así como la fraternidad viva que se materializaba en el compartir los bienes, en el vivir en comunidad y en el orar juntos (cf. Hch 2, 42ss). Todo esto hacía que el dinamismo de la solidaridad edificara a la Iglesia, desde sus entrañas, constituyéndola en la familia de Dios, donde siempre estaba presente la preocupación por el prójimo y donde naturalmente se compartían los bienes, se servía a los hermanos y se oraba en comunidad.

Lejos de ser una actividad de asistencia social, la solidaridad es la expresión irrenunciable del ser cristiano, naturalmente llamado a dar y a darse.

En la vida de la Iglesia hemos tenido insignes testigos de esta solidaridad evangélica. Uno de ellos es san Alberto Hurtado, quien comprende y vive la solidaridad no solo como una expresión social, sino que como un ‘alimento’ de la propia vida espiritual. Lejos de predicarla como una reivindicación de carácter político o un desafío ideológico, la anuncia como la natural actitud que compromete al cristiano a dar y a darse. Ya lo decía el santo: “cada vez que me doy así, recortando de mi haber, sacrificando de lo mío, olvidándome de mí, yo adquiero más valor, me hago un ser más pleno, me enriquezco con lo mejor que embellece el mundo; yo lo completo, y lo oriento hacia su destino más bello, su máximo valor, su plenitud de ser” (P. Alberto Hurtado, Darse, una manera cristiana de trabajar, 1947).

En la enseñanza de san Alberto se evidencia que la solidaridad no es una ideología ni una filosofía, sino que es la donación concreta fruto de una honda experiencia religiosa que no se detiene en el simple compartir los bienes sino que busca compartir al mismo Cristo y la propia vida. Por ello, no es posible separar la experiencia de fe de la opción fundamental por vivir la solidaridad, ni pensar que esta última se reduce a un mero compartir, por valioso que sea. Lejos de ser una actividad de asistencia social, la solidaridad es la expresión irrenunciable del ser cristiano, naturalmente llamado a dar y a darse.

¿Como podríamos crecer en solidaridad? (…) Cultivar la relación con Dios y hacer el ejercicio cotidiano de compartir no solo los bienes, sino que la misma vida.

Podemos afirmar que, en la enseñanza de la Iglesia, el principio dinamizador de la solidaridad está en la experiencia religiosa, en la oración y en la amistad con el mismo Señor. La solidaridad crece cuando aumenta la vivencia de la fe, cuando se lee la realidad a la luz del Evangelio, cuando se cultiva la vida cristiana en todas sus dimensiones. Un ejemplo es el Hogar de Cristo, insigne obra de solidaridad, la cual nace a partir del encuentro del padre Hurtado con una persona pobre y enferma, en una noche fría y lluviosa. Ese hecho lo lleva afirmar en una predicación que “Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres dolientes, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los puentes, en la persona de tantos niños que no tienen a quién llamar padre, que carecen hace muchos años del beso de madre sobre su frente… ¡Cristo no tiene hogar!”. (P. Alberto Hurtado, Predicación de retiro para señoras, 1944). A partir de esa honda experiencia de fe se ponen los cimientos del Hogar de Cristo.

¿Como podríamos crecer en solidaridad? La respuesta se desprende de este escrito. Cultivar la relación con Dios y hacer el ejercicio cotidiano de compartir no solo los bienes, sino que la misma vida. ¿Qué actitudes concretas podrían evidenciar mi compromiso con los demás? Si la solidaridad implica compartir y compartirnos, en el sentido que nunca bastará dar si este no incluye el darse, parece necesario una necesaria circularidad: compartir los bienes, pero sabiendo que ello estará incompleto si no ofrezco también la vida.

 

“En medio de la crisis, una solidaridad guiada por la fe nos permite traducir el amor de Dios en nuestra cultura globalizada, no construyendo torres o muros —y cuántos muros se están construyendo hoy— que dividen pero después caen, sino tejiendo comunidad y apoyando procesos de crecimiento verdaderamente humano y solidario”.

Papa Francisco
Catequesis del 2 de septiembre de 2020

Mons. Cristián Roncagliolo P.
Obispo Auxiliar de Santiago.

Comparte esta reflexión