Otras reflexiones

Nuestra historia en la Historia

“La idea de que nuestra insignificante y poco original historia se pierda en un mar inmenso lleno de otras pequeñas historias personales de poco valor nos podría llevar a un cierto pesimismo o, al menos, a preguntarnos por el sentido de la existencia humana”.

Construyamos la paz

“Se ha normalizado una serie de situaciones en las que la violencia es el común denominador. La violencia en todas sus formas destruye la convivencia social, la democracia, atentando gravemente contra los derechos humanos y el bien común”.

Equilibrio Familiar: Una Mirada a la Corresponsabilidad

"Se levantó y tomó al niño y a su madre de noche y se marchó a Egipto" (Mateo 2,13).

Cristo nos abre el camino

“Si el Hijo de Dios asumió verdaderamente toda nuestra humanidad y vivió realmente en nuestras propias condiciones humanas —sin excepciones—, entonces la resurrección no es una “anomalía” en Jesús, sino la plena realización de la vocación de todo ser humano".

Mis deberes con el prójimo son también sus derechos

Ignacio Sánchez D.

Año IV, N° 76.

viernes 12 de agosto, 2022

“Sería ilusorio pretender amar al prójimo sin amar a Dios y sería también ilusorio pretender amar a Dios sin amar al prójimo”.
Papa Francisco.

Cuando nos acercamos como país a la definición de un proceso constituyente, es importante reflexionar en profundidad en aspectos relacionados con el diálogo, la convivencia y, en especial, con los deberes y derechos. Nuestra sociedad ha avanzado, en los últimos años, de forma significativa en su respeto y cuidado de sus derechos, con especial  relevancia y consenso en la protección a los derechos humanos, los derechos de la mujer, del niño y avanzando progresivamente en el cuidado de las personas mayores. Las preguntas que a diario nos hacemos son, ¿qué me corresponde?, ¿a qué tengo derecho?, ¿puedo participar en estas decisiones?, ¿cuáles son los beneficios a los que puedo acceder? Estas preguntas requieren análisis y respuestas, tienen que ver con lo que el prójimo o la sociedad me entrega a mí como persona. Son importantes interrogantes que implican interesantes desafíos sociales ya que junto a los derechos descritos, es necesario comprender que algo tan fundamental como los derechos son los deberes. Y esto debiera ser un aspecto de reflexión importante para quienes compartimos la fe y sus exigencias con el prójimo.

En la debilidad propia del ser humano se debe encontrar la fortaleza para que, a partir de sus deberes, se pueda trabajar en un mundo más humano y siempre con la presencia de Cristo entre nosotros.

Para entender a cabalidad mis derechos -tal como lo ha enseñado la fe de la Iglesia-, es preciso detenerse en primer término en mis deberes. Mi deber como católico, como ciudadano, padre de familia y también como hijo. Es necesario analizar la construcción de nuestro destino -tanto a nivel personal como familiar y también comunitario-, a través de la oración, del esfuerzo, de la constancia, la disciplina y el trabajo persistente. Requerimos volver a poner en prioridad el deber del trabajo bien hecho, del estudio a conciencia, de la información adecuada acerca de las causas a las que adhiero, de la preocupación por el prójimo, de ser un puente para lograr una sociedad más justa, solidaria y desarrollada. Es decir, debemos trabajar para acercar la tierra prometida y anhelada a nuestra realidad de hoy. Con este círculo virtuoso construiremos un mejor país. Por esto, en el futuro ya no será solo reclamar mi derecho, sino la posibilidad y el gozo de entregar algo, es decir, mi deber con el prójimo.

Si bien lo descrito se aplica para todos los ciudadanos, es evidente que para los creyentes adquiere una importancia vital. Los que hemos tenido mayores oportunidades de crecer al interior de una familia, de recibir el don de la fe, de tener acceso a una educación de calidad, debemos ser los primeros en responder y estar dispuestos a esta entrega y aporte desinteresado. De esta manera, cuando prime la generosidad, la honestidad, la franqueza, la humildad, el sentido de bien común, y el trabajo dedicado -en definitiva, cuando prime la relación entre los deberes y derechos-, mis deberes con el prójimo serán sus derechos. Este círculo virtuoso puede ayudar a construir un mejor país. En la debilidad propia del ser humano se debe encontrar la fortaleza para que, a partir de sus deberes, se pueda trabajar en un mundo más humano y siempre con la presencia de Cristo entre nosotros.

Mis derechos se desprenden de mis deberes, lo que cambia el foco, se traslada hacia la entrega y amor al prójimo, con una actitud de servicio, donación y generosidad.

Las universidades debemos aportar a la sociedad en esta tarea, a través de formar personas que se cultiven en vista del bien común, con el sentido de gozo por el trabajo bien hecho, buenos ciudadanos que antes de exigir derechos para sí, cumplen con sus deberes para con el país. En especial, esto es un compromiso tanto para quienes formamos parte de una Universidad Católica como de todos quienes pueden entregar su aporte desde diferentes ámbitos de la sociedad. Así, mis derechos se desprenden de mis deberes, lo que cambia el foco, se traslada hacia la entrega y amor al prójimo, con una actitud de servicio, donación y generosidad.

Por esto, las preguntas a conversar en familia que se plantean serían ¿considero mis deberes al pensar en mis derechos?, ¿está en el centro el prójimo para respetarlo en su dignidad?, ¿me ayuda esta reflexión a cultivar el sentido de comunidad? Con seguridad este cambio, el poder hacer un examen de conciencia acerca del cumplimiento de nuestros deberes antes de exigir nuestros derechos, nos traerá mayor alegría y permitirá un crecimiento auténtico de nuestra sociedad. De esta manera, podremos soñar con transformar a Chile en una verdadera mesa para todos, a nuestro país en un lugar donde todos podemos y por sobre todo queremos, para poder vivir y desarrollarnos en comunidad.

Sería ilusorio pretender amar al prójimo sin amar a Dios y sería también ilusorio pretender amar a Dios sin amar al prójimo. Las dos dimensiones caracterizan al discípulo de Cristo y son inseparables. Por eso amar a Dios quiere decir invertir todos los días las propias energías para ser sus colaboradores en el servir sin reservas a nuestro prójimo, en buscar perdonar sin límites y en cultivar relaciones de comunión y de fraternidad”.

(Papa Francisco, homilía dominical del 4 de noviembre, 2018.)

Ignacio Sánchez D.
Rector, Pontificia Universidad Católica de Chile

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