Hablar de pueblos originarios es enfrentarnos a una historia de injusticias, pérdida y dolor. Implica tener que mirarnos muy profundamente en una sociedad que durante mucho tiempo fue solo para algunos, dejando en el olvido y en la indefensión a personas de distintos orígenes culturales. Esta acción política buscó construir una nación chilena, negando las identidades de los pueblos que habitan este país, lo que fue implementado con crueldad, muchas veces utilizando también las escuelas. Me ha tocado escuchar continuamente en La Araucanía historias de familias que fueron obligadas a renunciar a su idioma y su cultura en su período escolar.
El Papa Francisco, nos ha vuelto a llamar, con más fuerza, a no confundir los “falsos sinónimos” y en particular a la tentación de “confundir unidad con uniformidad”.
El papa Francisco, en su visita a nuestro país el año 2018 nos ha vuelto a llamar, con más fuerza, a no confundir los “falsos sinónimos” y en particular a la tentación de “confundir unidad con uniformidad”. Durante mucho tiempo hemos pensado, desde una visión occidental, que la verdadera vocación de los pueblos originarios de Chile es su “chilenización”, es decir, su integración a la sociedad chilena, desprendiéndose de su rica propia cultura.
La desaparición progresiva de tradiciones y del idioma, es un signo fehaciente de una destrucción cultural, animada por una falsa idea de desarrollo, basada en patrones occidentales de países del mundo europeo o anglosajón, que no reconocen los valores de nuestros propios pueblos.
La historia de los pueblos Aymara, Quechua, Colla, Diaguita, Atacameño o Lickanantay, Rapa Nui, Mapuche, Kawésqar, Yagán, Afrodescendiente y la Comunidad Chango que habitan actualmente nuestro país nos muestra una y otra vez lo deshumanizador de una propuesta de progreso que nace de la negación del otro y también de la desconexión del hombre con la naturaleza en la que vive. ¡Qué lejos del Evangelio de Jesucristo, que nos invita permanentemente a hacer todo lo contrario! Es Dios mismo que nos muestra su infinita misericordia con los más pobres y oprimidos, los olvidados y marginados, en el centro del mensaje de Jesús. El amor misericordioso de Dios no puede ser de exclusión sino todo lo contrario.
Es en el reconocimiento del otro en que se juega nuestra vocación del amor, “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Es en el reconocimiento del otro en que se juega nuestra vocación del amor, “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc12, 31). Durante muchos años no hemos sabido reconocer a nuestros hermanos como otros legítimos, llenos de sabiduría y verdad. Cristo nos invita permanentemente a reconocer la dignidad del prójimo.
Afortunadamente hoy vemos signos muy esperanzadores de cambio, revitalización cultural y reconocimiento. Esto se experimenta en múltiples acciones que la Iglesia va construyendo en pueblos y comunidades, así como políticas públicas que promueven la revitalización de las lenguas originarias y un genuino interés por conocer más aspectos fundamentales de la cosmovisión.
Creemos firmemente que una forma necesaria de reconocimiento surge de la genuina motivación por conocer y descubrir la riqueza de la cultura, historia y lengua de los pueblos. He tenido la suerte de viajar por distintos países y en todos ellos me ha impresionado siempre la importancia que otorgan a su propia historia, lo que hoy también ha comenzado a despertar en nuestro país. El crecimiento de experiencias de turismo mapuche en La Araucanía es otro testimonio de este renovado interés.
Nuestro desafío entonces es incorporar ese mensaje que nos dejara el Papa Francisco en Temuco el año 2018 “¡Cuánto camino a recorrer!, ¡cuánto para aprender el Küme Mongen! Un anhelo hondo que brota no solo de nuestros corazones, sino que resuena como un grito, como un canto en toda la creación”.
Preguntas para reflexión ¿Cómo recibo y acojo la cultura y costumbre de extranjeros o provenientes de pueblos originarios que llegan a mi comunidad o entorno? ¿Cómo puedo aportar a la unidad de culturas y tradiciones con la devoción católica?