El Papa Francisco cursó un año de sus estudios primarios en el colegio salesiano Wilfrid Barón de los Santos Ángeles (Ramos Mejía, Argentina). En ocasiones, sus palabras evocan acentos propuestos por San Juan Bosco, como la caridad y la mansedumbre necesarias para acercarse a los demás, y anunciarles el evangelio aun en circunstancias que nos resultan amenazantes.
Necesitamos constituirnos en comunidades de discernimiento donde podamos ponderar las opciones, y desarrollar una confianza responsable del cuidado conjunto de la propia vida y la de los demás.
El año pasado referentes de distintas confesiones religiosas de Chile han realizado una declaración conjunta llamando a la paz. Y es que el problema de la inseguridad ha calado hondo en la preocupación social. Es una situación que afecta a todos los sectores sociales sin distinción, destruye las familias y los barrios, y genera temor al otro. Las ciudades, que en el origen fueron construidas para proteger del peligro, hoy son consideradas como un lugar de huida y de desconfianza mutua.
Esta transformación de la vida ciudadana se expresa en los barrios como un desafío presente en toda América Latina: cada vez hay más miedo, y el miedo paraliza. El temor hace que cada vecino se quede dentro de la casa, no salga, no se encuentre con los demás vecinos, con los que comparten la comunidad más cercana. Las mismas actividades de la parroquia se modifican, por ejemplo, cambiando el horario de las reuniones o de las celebraciones.
Frente a esto, el evangelio de hoy nos invita a salir al encuentro del otro como es. Jesús, al encarnarse, se solidarizó con todas las personas y se identificó especialmente con los pobres que sufren hasta la actualidad. También, con aquel que se hace prójimo del caído, y ejerce la misericordia, como refiere la parábola del Buen Samaritano. Porque si amamos sólo a aquellos que nos aman, ¿qué mérito tenemos? (cf. Lc 6,32).
Jesús también dejó en manos de su Padre el perdón humanamente imperdonable. Nosotros estamos invitados a vivir esta dinámica de perdón mutuo como fruto de la presencia amorosa de Dios en y entre nosotros.
Sin embargo, no podemos caer en una confianza ingenua con nuestros semejantes. Necesitamos constituirnos en comunidades de discernimiento donde podamos ponderar las opciones, y desarrollar una confianza responsable del cuidado conjunto de la propia vida y la de los demás: “El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual” (Evangelii Gaudium 88).
El jesuita Elías López reflexionó sobre el desafío del perdón cuando se ha padecido grandes injusticias, incluso el asesinato de familiares cercanos. El sacerdote compartió el testimonio de Doña María, quien hace de su dolor una oración confiada: “¡No puedo perdonar! ¿Quién soy yo para perdonar semejantes crímenes? Pero pongo en manos de Dios esta incapacidad mía de otorgar perdón, y descanso en Él. Y poniendo en manos de Dios mi dolor y mi incapacidad, siento de algún modo que, en alguna medida, yo también perdono”.
Estas palabras evocan aquellas de Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,24). Jesús también dejó en manos de su Padre el perdón humanamente imperdonable. Nosotros estamos invitados a vivir esta dinámica de perdón mutuo como fruto de la presencia amorosa de Dios en y entre nosotros. Constituirnos nosotros en testigos de su misericordia.
¿Cómo estoy viviendo este tiempo incierto? ¿Qué desafíos descubro para comportarme como hermano o hermana con los demás? ¿Me doy tiempo para reflexionar junto a otros y discernir a la luz de la vida y las Palabras de Jesús?