Como Iglesia Católica, a lo largo de todo el mundo, nos encontramos en un profundo discernimiento a partir del “Sínodo de la Sinodalidad”. Se trata de un proceso de gran relevancia que comenzó oficialmente el 9 de octubre de 2021, cuando el Papa Francisco inauguró la Asamblea General del Sínodo de los Obispos en la Basílica de San Pedro del Vaticano. Este sínodo se extenderá hasta octubre de 2024, contando con tres fases: la fase diocesana, la fase continental y la fase universal.
Los sínodos son instancias donde todos quienes conformamos la Iglesia somos invitamos a dialogar, desde la fe, sobre algún tema relevante. Por tanto, un sínodo es más que un proceso participativo, es un discernimiento. Se trata de un proceso que, claramente, tiene un horizonte creyente. Por tanto, no se trata de identificar “mayorías”, sino de abrirnos espiritualmente a la escucha de la voluntad de Dios. En esto consiste discernir: dejarnos guiar por el Espíritu Santo y buscar a qué nos conduce Dios como Iglesia.
La idea central del proceso sinodal es promover una mayor participación de los fieles en la vida de la Iglesia y fomentar una cultura de diálogo y escucha mutua.
El tema del Sínodo es «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». La idea central del proceso sinodal es promover una mayor participación de los fieles en la vida de la Iglesia y fomentar una cultura de diálogo y escucha mutua. Se espera que el Sínodo de la Sinodalidad sea un momento histórico para nuestra Iglesia, que podría marcar un antes y un después en la forma en que se toman las decisiones y se vive la vida en las comunidades eclesiales.
¿Qué debemos hacer para ser “más sinodales”? El proceso ha identificado diversos desafíos: La necesidad de avanzar en una orgánica eclesial más participativa, lo que implica revisar nuestras estructuras de decisión; contar con formación en sinodalidad, renovando tanto la formación laical y del clero; relevar y fortalecer el rol de las mujeres y los jóvenes en la toma de decisiones en la Iglesia; salir al encuentro de la diversidad, en todas sus formas; recuperar celebraciones litúrgicas más participativas, que permitan la plena inclusión de todos los fieles. En buena medida estos desafíos son respuestas discernidas a la luz de la crisis que hemos vivido. Cada desafío invita a una renovación eclesial frente a una Iglesia que en ocasiones se ha presentado como poco participativa, poco transparente o poco diversa.
Desde mi experiencia participando en la fase diocesana y en la fase continental, he observado que el proceso nos ha permitido sentarnos, mirarnos a los ojos, reconocer nuestras heridas y esperanzas y sentirnos pueblo de Dios, integrando nuestras diferencias sociales, culturales, etarias, ministeriales. Es una experiencia de reconocernos como comunidad diversa que discierne desde la dignidad común de ser hijos y desde ahí sueña una Iglesia diferente, más sinodal.
Podemos decir que este sínodo nos está ayudando a volver a nuestras raíces como comunidad eclesial. En definitiva, es Dios quien nos invita a renovarnos como Iglesia.
A mi juicio, una de las gracias más fundamentales que Dios nos regala en el discernimiento es la conciencia de que la sinodalidad nos llama a una igualdad radical en dignidad y a una diferencia complementaria en nuestros carismas y ministerios. La comprensión de la sinodalidad como un “caminar juntos” no se sostiene sin esta conciencia. Por otro lado, reconocer que la sinodalidad no es una moda no es algo nuevo que ahora la Iglesia va a incorporar. Por el contrario, la sinodalidad es constitutiva de la identidad de la Iglesia. Por eso, podemos decir que este sínodo nos está ayudando a volver a nuestras raíces como comunidad eclesial. En definitiva, es Dios quien nos invita a renovarnos como Iglesia. Por eso, debemos reconocer que el sínodo es una oportunidad histórica que nos regala el Espíritu Santo para que podamos reimaginar con audacia y creatividad nuestro modo de ser Iglesia, bajo la clave renovadora de la sinodalidad.
¿Cómo lograr vincularnos más fraternalmente en la Iglesia? ¿Qué estructuras de decisión pueden contribuir a una Iglesia más participativa? ¿Cómo cultivar un sentido más profundo de comunión y corresponsabilidad eclesial en la misión? Laicos y clérigos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, religiosas y religiosos, diáconos, sacerdotes y obispos: todas y todos estamos llamados a abordar estos desafíos, encarnando la sinodalidad en la Iglesia. Con creatividad y entusiasmo, en nuestra propia Iglesia doméstica, en nuestra familia, en nuestra parroquia, en nuestras comunidades de base, Dios nos invita a hacer realidad la sinodalidad hoy.