Nuestro papa Francisco llamó a la reflexión a todos los feligreses y personas de buena voluntad acerca del estado de nuestra casa común. La naturaleza ha sufrido el abuso de la codicia y el consumismo. Con ello, se están extinguiendo especies y los campos son cada vez menos fértiles. Cada día nos llegan noticias de los efectos del cambio climático que nos impresionan, nuevas enfermedades nos azotan y los grillos y aves del jardín ya no nos acompañan con su canto.
Cuando niños veíamos en las panderetas de nuestras casas coloridas lagartijas en la primavera. El aire era puro y nuestra cordillera siempre blanca e imponente nos acompañaba todo el invierno. Las ciudades han crecido y la naturaleza está cada vez más lejos de nuestro diario vivir.
Algo nos pasó que cambiamos nuestra relación con el entorno y la naturaleza fue quedando en el olvido, vimos al agua y al sol como nuestros sirvientes y pensamos que los animales y las plantas estaban a nuestra disposición para nuestra necesidad de vivir. La naturaleza, sus plantas y animales, su agua pura y la brisa del viento junto a la lluvia que permite la germinación del pan de vida son obra creadora del señor Dios padre. El papa Francisco nos recuerda que somos custodios de la obra del Señor y no meros usufructuarios de ella.
¿Pero qué debemos esperar para que la naturaleza sea protegida? Nada, debemos actuar ahora porque proteger la casa común también es proteger al prójimo desvalido.
San Isidro Labrador, que nos enseñó a valorar la tierra como la fuente de nuestros alimentos y nuestro bienestar, dijo: «En la naturaleza encontramos la grandeza de Dios, quien nos regala la belleza de los campos y nos invita a cuidar y preservar su creación», y también nos dijo: «El campo es un templo donde se puede encontrar a Dios en cada semilla que germina y en cada fruto que se cosecha». San Isidro en el siglo XI nos hacía ver que en la fe en Jesucristo teníamos que reencontrarnos con la madre tierra. También San Francisco de Asís con su testimonio de vida nos instó a reconocer nuestro entorno con misericordia. San Francisco de Asís habló del hermano Sol y la hermana Luna y que somos parte de una creación maravillosa y debemos cuidarla con amor y gratitud. Además, nos dijo: «La verdadera alegría se encuentra en la contemplación de la belleza de la naturaleza y en el amor hacia todas las criaturas»… «Siempre debemos tratar a los animales con amabilidad y compasión, porque son nuestros hermanos y hermanas en la creación de Dios».
¿Pero qué debemos esperar para que la naturaleza sea protegida? Nada, debemos actuar ahora porque proteger la casa común también es proteger al prójimo desvalido. La Iglesia Católica se basa en el respeto al prójimo y en el amor a toda la obra creada por Dios. De no ser así, ¿cómo habríamos perdurado por más de 2.000 años con la fe católica? ¿Cómo el planeta habría sido capaz de proveer satisfacciones sin que seamos hijos del cariño de Dios? Pero recibir el cariño del Señor también implica tener responsabilidades. La casa común nos está pidiendo a gritos que la protejamos de la codicia infinita. Cada creyente puede ser un aporte a la protección de la naturaleza, y tenemos que reflexionar sobre cómo hacerlo en una forma caritativa y responsable.
El papa Francisco nos dice: «La Tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería» (LS, 21). Y además señala: “No podemos pretender estar sanos en un mundo que está enfermo» (LS, 44).
Reconocer que la naturaleza es parte de la creación de Dios nos llama a protegerla, ser responsables con nuestro entorno y disminuir el consumismo que afecta el medio ambiente.
Por ello debemos admirar la casa común, la inmensidad de la vida que nos rodea, su historia evolutiva por millones de años y los procesos ecológicos esenciales que nos permiten respirar, beber agua pura y cuidar a nuestras familias. No olvidemos que Dios creó la vida en un continuo de amor y unidad entre todos los seres vivos de esta casa común. Se nos entregó la tierra para su cuidado y perpetuación de todos los seres vivos que la habitan.
El desafío es enorme, pero la fe en Dios también. Reconocer que la naturaleza es parte de la creación de Dios nos llama a protegerla, ser responsables con nuestro entorno y disminuir el consumismo que afecta el medio ambiente. La tarea es de todos y cada uno de nosotros puede aportar con un granito de arena para ello. Es nuestro deber dejar el planeta al menos igual o mejor que el que recibimos de nuestros padres. Ese es el compromiso cristiano intergeneracional que no podemos eludir.
¿Cómo nos relacionamos con nuestra casa común? ¿Reconocemos la naturaleza como parte de la creación de Dios? ¿Cómo desde nuestras comunidades podemos protegerla, cuidarla en conjunto?