Todavía está fresco en la memoria el caso de maltrato animal que originó el nombre popular de la ley sobre tenencia responsable de mascotas y animales de compañía en Chile: Ley Cholito. Y es por eso que las palabras del papa Francisco en la primera audiencia pública de enero de 2022 en relación con el lugar de las mascotas en la vida familiar y su posible incidencia en el decrecimiento de los índices de natalidad pueden haber causado sorpresa: “muchas parejas no tienen hijos porque no quieren o tienen solamente uno porque no quieren otros, pero tienen dos perros, dos gatos. Sí, perros y gatos ocupan el lugar de los hijos. Sí, hace reír, lo entiendo, pero es la realidad” (05/01/2022).
¿Tienen valor en sí mismas las mascotas y no solo en función del bienestar que nos aportan? ¿Cuáles son los deberes que tenemos hacia ellas que es preciso resaltar? ¿Cómo se definen?
La sorpresa brota de varias preguntas posibles: ¿cuál es la perspectiva católica en relación con las mascotas y su participación en la vida familiar? ¿Tienen valor en sí mismas las mascotas y no solo en función del bienestar que nos aportan? ¿Cuáles son los deberes que tenemos hacia ellas que es preciso resaltar? ¿Cómo se definen? ¿Cómo dar cuenta desde la vida de fe de la importancia de las mascotas en nuestra vida cotidiana y del afecto que les tenemos? Para responder a estas preguntas es importante tener a la vista la mutua pertenencia a la comunidad de la creación y la necesidad de reconocer diferencias al interior de ella: la centralidad del ser humano, y el lugar propio de cada criatura.
Varios biblistas contemporáneos muestran que la Biblia retrata la relación entre la humanidad y los animales a través de la mutua pertenencia a la comunidad de la creación, que tiene como hilo común el haber sido creados por Dios. Esta mirada teocéntrica reconoce, tal como lo señala Laudato si´, que todas las criaturas –también los animales– son manifestación de lo divino, y en todas ellas hay un reflejo de Dios. Todas ellas poseen un valor intrínseco independientemente de su relación con los seres humanos (LS 33, 69, 140), dan gloria y bendicen a Dios por su sola existencia (LS 33, 69), por lo que deben ser valoradas con afecto y admiración (LS 42). La misma encíclica habla de una familia universal o de una sublime comunión (LS 89) que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde hacia cada criatura. Todo esto resuena con lo que experimentamos cotidianamente con nuestras mascotas: les reconocemos características propias –por algo les ponemos nombres–, participan de las dinámicas familiares, suscitan afecto, nos proveen compañía y aportan de muchas maneras a nuestro bienestar.
La interacción con nuestras mascotas es mutuamente provechosa, y debe hacernos pensar en la unión íntima que Dios ha querido entre todas sus criaturas.
La mutua pertenencia a la comunidad de la creación no impide que evidenciemos las diferencias al interior de ella. Los seres humanos poseemos una dignidad particular en relación con los demás seres que debe ser reconocida y resguardada. El valor inherente de todas las criaturas –también de los animales– no significa igualdad de valor y negación de las distinciones. Tal como lo señaló Juan Pablo II en 1990, “si falta el sentido del valor de la persona y de la vida humana, aumenta el desinterés por los demás y por la tierra”. Laudato si´, por su parte, señala que no hay una ecología sin una adecuada antropología (LS 118). Por lo tanto, desconocer o desvirtuar el valor peculiar de los seres humanos –con sus capacidades y recursos propios– implica en definitiva fragilizar nuestro compromiso ecológico. La distinción implica responsabilidad de cara al resto de las criaturas. Tenemos un mandato de cuidado hacia ellas que se expresa también en la relación que establecemos con nuestras mascotas.
Cada criatura, por lo tanto, tiene un rol y lugar dentro de la comunidad de la creación. También los animales. Pensar en reemplazos o suplantaciones es, desde esta perspectiva, equivocado. La interacción con nuestras mascotas es mutuamente provechosa, y debe hacernos pensar en la unión íntima que Dios ha querido entre todas sus criaturas. Es por eso que nos hace bien preguntarnos ¿cómo podemos honrar todo el bien que las mascotas aportan a nuestras familias? Y ¿cómo debemos implementar el deber de cuidado que tenemos hacia ellas poniendo el centro en sus necesidades?