Somos un mismo Pueblo, una misma Iglesia y seguimos a un mismo Dios. ¿Cómo fomentar el diálogo y la cultura del encuentro del Pueblo de Dios, especialmente en el laicado? Es importante considerar los diferentes contextos sociales, económicos, culturales en que se desenvuelven cotidianamente los laicos, además de las múltiples herramientas personales, las cuales son vitales en el aporte al cambio de la sociedad y de la propia Iglesia.
La interpretación de la Primera de Pedro (1 P 3, 3-4) en especial su inicio, “Que su elegancia no sea el adorno exterior”, es todo aquello que adorna la vida de fe, aquellos aspectos que están para vitalizar la vida, se comprenda como una suma de elementos, acciones sin un sentido, solo de comprenderlas desde un cumplir.
Lo que invita a refrescar la comprensión y vivencia de la Iglesia como Pueblo es trabajar y anunciar la Buena Noticia desde la conciencia social y acentuando la opción por los pobres.
Pacem in Terris (S.S. Juan XXIII) siendo su objetivo trabajar sobre la paz entre todos los pueblos, da una orientación de aquella actitud interior del rol del laicado demostrando una clara apertura de la responsabilidad de mirar el contexto social en lo local y global, y desde donde actuar, realzando la importancia de la justicia, libertad, verdad.
El laicado debe comprenderse como un actor relevante en el mundo y en su misma Iglesia, un agente de cambio desde el profundo encuentro gratuito con Cristo, de sentirse verdaderamente discípulos. Lo que invita a refrescar la comprensión y vivencia de la Iglesia como Pueblo es trabajar y anunciar la Buena Noticia desde la conciencia social y acentuando la opción por los pobres. Con este horizonte se entiende que el ser y hacer Iglesia se debe entender de una manera distinta que la tradicional, la reflexión parte desde el pueblo, desde las bases, lo cual tiene la lógica del sentido de la encarnación, la presencia de Dios se hace carne, se hace vida, comunidad y la reflexión eclesial, teológica, emana de la experiencia y búsqueda de Dios desde los más sencillos, los oprimidos o excluidos.
Desde este contexto el laicado está llamado a provocar la amistad social, asumiéndola desde dos conceptos muy conocidos; la fraternidad y la caridad. Se puede pensar que es obvio, pero muchas veces vestimos con elegancia estos términos y los transformamos en indicadores del ser buenos creyentes. Es necesario que estos conceptos sean parte de la vida de cada uno(a), que se vean reflejados en las decisiones que se puedan tomar en los diferentes escenarios de la sociedad.
La fraternidad parte por comprender a los otros como iguales, desde una relación filial para un diálogo constructivo, crear lazos desde un real interés por la persona, con el fin de lograr el bien común en la sociedad, la familia, trabajo, escuela, etc.
La caridad no es dar por dar o para sentirse bien, sino que se puede comprender en ayudar, orientar, acompañar al que más necesita, propiciar espacios de igualdad, dignidad y justicia. Es un espacio muy concreto de trabajar y esforzarse por la sana convivencia entre todos y erradicar las polarizaciones que hemos construido y fomentado en nuestra sociedad.
La caridad no es dar por dar o para sentirse bien, sino que se puede comprender en ayudar, orientar, acompañar al que más necesita, propiciar espacios de igualdad, dignidad y justicia.
Situarse en el presente es asumir un tiempo donde el laicado no puede seguir vistiéndose elegantemente o para aparentar, sino que de demostrar desde una vocación y convicción profunda del corazón para comprometerse en pleno a la coconstrucción del bien común y de que todos tengan las mismas posibilidades de desarrollarse individual y comunitariamente.
En las manos del laicado está el desarrollo de una cultura del encuentro, de participación democrática. Desarrollar y practicar el pensamiento crítico desde su fundamento propositivo, buscar soluciones y no caer en la búsqueda de los culpables es un llamado a dar de verdad lo que somos, comprometernos, desafiarnos para que seamos cada día más fieles al anuncio del Reino de Dios.
¿Cuál es el nivel de pertenencia que se percibe de forma personal con la Iglesia? ¿Qué se le puede pedir a la Iglesia para que el laicado pueda desarrollarse en su aporte espiritual y para el bien común? ¿Cómo vivo la coherencia de la vocación laical en el ejercicio cotidiano del trabajo, estudio, familia, amigos? ¿Qué es lo que cuesta o facilita? ¿El laicado quiere ser protagonista de sus obras o quiere que Dios sea el centro y protagonista en la historia de la humanidad?