En los tiempos presentes de la denominada era posmoderna, pareciera que la tradición y los referentes que alguna vez proporcionaron una estabilidad social ya no tienen cabida. Debido a las condiciones impuestas por la ideología de la productividad y el consumo, las personas del siglo XXI se mantienen escindidas de una vida social solidaria y fraterna. En efecto, uno de los alcances más dramáticos de la posmodernidad es la disolución del cuerpo social en una multiplicidad de individuos que no reconocen la noción de comunidad.
La dimensión religiosa debe ser entendida unida a tradiciones, costumbres, anhelos y horizontes de vida que constituyen la sabiduría de todos los pueblos
Dentro de este cuadro, la religión aparentemente ha disuelto su lugar como instancia transmisora de las significaciones que antes fueron imprescindibles para la formación y el trayecto vital del sujeto humano y la sociedad. No obstante, la vida religiosa se conforma por contenidos cuyo sentido se vincula directamente con el desarrollo de la vida personal y colectiva. Debido a su capacidad de explicar narrativamente y plásticamente verdades que aportan una noción de orden necesario para el establecimiento de la sociedad, las religiones, desde sus manifestaciones más ancestrales, han conducido al ser humano hacia el conocimiento de lo real y significativo. En este sentido, cómo no recordar la visita apostólica realizada por el Papa Francisco a Chile en 2018, donde en su homilía en la zona de Temuco señaló claramente la importancia de las tradiciones religiosas de cada pueblo, destacando la sabiduría ética y antropológica que en ellas existe. En aquella ocasión el Pontífice expresó lo siguiente: “todos nosotros que, en cierta medida, somos pueblo de la tierra (Gn 2,7) estamos llamados al Buen vivir (Küme Mongen) como nos los recuerda la sabiduría ancestral del pueblo mapuche. ¡Cuánto camino a recorrer, cuánto camino para aprender! Küme Mongen, un anhelo hondo que brota no sólo de nuestros corazones, sino que resuena como un grito, como un canto en toda la creación. Por eso, hermanos, por los hijos de esta tierra, por los hijos de sus hijos, digamos con Jesús al Padre: que también nosotros seamos uno; Señor, haznos artesanos de unidad”. (Papa Francisco, Mi paz les doy, 2018).
La dimensión religiosa no es un accidente en la vida humana, sino el medio por el cual la comunidad adquiere una manera de compartir los bienes y una forma de enseñar a sus integrantes cómo conducir la existencia con relación al anhelo antropológico de la salvación.
Lo anterior da cuenta de que la dimensión religiosa debe ser entendida unida a tradiciones, costumbres, anhelos y horizontes de vida que constituyen la sabiduría de todos los pueblos. Por ello, el Santo Padre nos invita a “desarrollar un encuentro fecundo entre las culturas, las tradiciones y la espiritualidad” (Papa Francisco, 2022). Espiritualidad que, en la comunidad cristiana, es vivenciada a través de las enseñanzas de Jesús. Como bien podemos apreciar en Hechos de los Apóstoles, los primeros cristianos: “(…) Adoraban juntos en el templo cada día, se reunían en casas para la Cena del Señor y compartían sus comidas con gran gozo y generosidad, todo el tiempo alabando a Dios y disfrutando de la buena voluntad de toda la gente. Y cada día el Señor agregaba a esa comunidad cristiana los que iban siendo salvos” (Hechos de los Apóstoles 2, 42-47).
Así, la dimensión religiosa no es un accidente en la vida humana, sino el medio por el cual la comunidad adquiere una manera de compartir los bienes y una forma de enseñar a sus integrantes cómo conducir la existencia con relación al anhelo antropológico de la salvación. Por otra parte, de acuerdo al interés por desarrollar una sociedad plural y tolerancia, ¿es importante aceptar que creyentes y no creyentes comparten una esfera social común y que pueden establecer un diálogo fecundo a partir de valores que, en muchos casos, proceden de una tradición religiosa, como el caso de la comunidad cristiana?
Finalmente, aun cuando las cosmovisiones de todas las personas no sean idénticas, ¿podemos valorar en ellas el cardinal hecho antropológico que impulsa a todos los seres humanos a buscar el bien común y fraternidad?, ¿puede decirse que la vida religiosa nunca ha dejado de ser camino milenario de una especie humana que necesita de la vida en comunidad?